jueves, 17 de mayo de 2007

A traición

Te estás sacando los pelos del entrecejo. O te estás peinando. O te estás probando unos pendientes espectaculares (como diría Leonardo Sbaraglia). O a lo mejor te estás maquillando para salir, o te estás afeitando, o te lavas los dientes. No importa mucho lo que estás haciendo, en realidad, la cuestión es que estás ocupado, y de repente te miras como por casualidad en el espejo. Y ahí está. Tiesa. Erguida. Insolente. Mirándote con sorna. Electrizada. Ondulada y delgada, pero destacando con una energía impresionante. La muy guarra.

Ahí está, es tu primera cana. Y la tía se ríe de ti. Está crecida, porque sabes que no puedes hacer nada contra ella. "Si la arrancas", se apresura a decirte tu tía, tu mejor amiga o la vecina cotilla, "te saldrán siete más". Y tú te quedas pasmado ante una afirmación tan científica.

Pero eso no cambia nada. Te la arrancas o te la peinas, buscas inquieto señales de otros pelos blancos y te tranquilizas unos minutos al ver que aún no es una plaga. Pero el espejo deja de ser lo que había sido hasta entonces. A partir de ahora, se acabó el mirar distraído, se acabó el pensar en otra cosa mientras engulles Oraldine para evitar la factura del dentista. A partir del momento en el que ha aparecido la primera señal, todas tus incursiones higiénicas pasan a ser un escrutinio constante del cuero cabelludo. De las sienes. De la nuca. Y el problema es que las canas, como los problemas, nunca vienen solas.

Las primeras diez te las arrancas, pero llega un momento en el que son legión. Y con legión me refiero a legión. Treinta, cuarenta, cincuenta. Bien alineadas, bien colocadas, todas juntas para asegurarse de que no las arrancas. Todas desafiantes.

Y tú, que todavía sabes el ochenta por ciento de las canciones de los 40 principales, que todavía vas a conciertos, que puedes seguir hablando con los chavales del instituto sin sentirte completamente desfasado, descubres que te has hecho mayor. Creías que a ti ese momento no te iba a llegar, que no eras como los demás, que tardarías mucho y que lo llevarías con dignidad. Pero el síndrome de Peter Pan y la crisis de los 30 no son términos inventados para describir extraños casos de enfermedades raras. No, amigo, no. Si alguien pensó en esas expresiones es porque es un fenómeno generalizado. ¿Verdad que no se llaman "sarcoidosis" ni "autoinmune"? ¿Verdad que House no perdería ni medio nanosegundo en comentarlo con sus avezados lameculos? Pues eso.

A traición, así aparece la primera cana. Y nos abre la puerta a un mundo lleno de Lady Grecian (o como se escriba, no entiendo por qué han quitado esos entrañables anuncios) y tintes, para que no volvamos nunca a ser los mismos.

Pero que conste que a mí me lo han contado.

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