domingo, 21 de junio de 2009

Un hombre bueno

Cuando mi pompón mayor cumplió un año, su padrino, que es uno de los mejores amigos que se pueden tener, le hizo también el mejor regalo que nadie le ha hecho nunca. Supongo que el pompón no estará muy de acuerdo por el momento, pero sé que algún día, no muy lejano, descubrirá que sí, que lo fue en su día y que lo sigue siendo hoy.

Aquel día, 365 días después de que el pompón viera la luz por primera vez, le llegó un correo electrónico en el que la Fundación Vicente Ferrer le daba las gracias por apadrinar a un niño de la India, un niño varios años mayor que el pompón, que vive en una comunidad a muchísimos kilómetros de aquí. Su padrino había decidido que no había mejor regalo que ese.

No era mi primer contacto con la Fundación. En la academia de inglés en la que yo trabajaba habíamos hecho una campaña de captación de alumnos en la que nos comprometíamos a donar un porcentaje de la matrícula a Vicente Ferrer para la creación de una escuela. Y mi amiga Sònia iría meses después a verla y a conocer a Vicente y a su familia. Trajo un montón de fotos y un montón de historias. Y ese viaje la cambió totalmente y le hizo descubrir muchas cosas que tenía dentro y que ahora ha dirigido hacia muchos proyectos de colaboración con la India.

Mi amigo Jordi también colabora con la Fundación regularmente. Uno de sus mejores amigos viajó a la India, vio el trabajo que se hacía allí y volvió también cambiado, convencido e impulsado a dedicar tiempo y ganas a recaudar fondos para ayudar en ese proyecto. Después irían Jordi y varios de sus amigos, y todos volverían dispuestos a hacer lo que hiciera falta. He perdido la cuenta de toda la ayuda que han enviado.

Yo no conocí a Vicente. Cuando fuimos a la India no llegamos hasta la zona en la que él estaba. Viajamos por el norte y vimos un montón de cosas, pero no llegamos hasta Anantapur. No puedo hacer mío el dolor y el sentimiento de toda la gente que le conoció, de toda la gente a la que le cambió totalmente la vida, de toda la gente a la que inspiró y ayudó. Pero sí puedo sentir la muerte de un hombre bueno, de un hombre entregado, optimista y luchador, de un hombre orgulloso de su humanidad. Puedo admirar su trabajo incansable, su batalla constante. Puedo lamentar su falta y sentir que todo homenaje llega tarde.

Y también puedo admirar su trabajo y mirar con optimismo todo lo que ha conseguido. Leía hoy en el periódico que Vicente había demostrado que vencer el hambre es posible, y que no hace falta un desembolso importante. Sólo hace falta trabajar y quitarnos de encima la caridad. Y eso me hace sentir optimista. Supongo que dentro de unos días, mucha gente habrá olvidado que Vicente ha muerto, o lo habrá procesado como procesamos todo lo que ocurre a diario, incapaces de asimilar tantísima información. Pero quizás haya alguien, haya una Sònia, un padrino, un Jordi, haya unas cuantas personas que debido a este triste momento descubran un punto de inflexión en su vida, descubran el trabajo de un hombre y eso les inspire a continuar con su obra en la medida de sus posibilidades. Y yo creo que eso, a Vicente le encantaría.