viernes, 7 de diciembre de 2007

Ortografía

Hace unos días, el país cambiaba de diseño con una bonita campaña televisiva. Me encantan estas operaciones bikini que se hacen los periódicos o las cadenas de televisión para cambiar únicamente el grafismo de sus medios de comunicación. Sin embargo, el nuevo look del País traía un pequeño regalo, la inclusión de una vez por todas, de la tilde en el título del periódico. Por fin es EL PAÍS, con tilde, porque como indica el libro de estilo de este mismo periódico, las mayúsculas se acentúan. Y eso es un buen cambio.

Supongo que es deformación profesional, pero hay anuncios y programas de televisión que me ponen los pelos como escarpias por su mal uso de la lengua. Hace un tiempo, una cadena de gasolineras lanzó una tarjeta de fidelidad, con puntos y descuentos, a la que llamaron PORQUE TU VUELVES. Así, sin tilde, como si nada. Cada vez que veía el anuncio o entraba en una de las gasolineras de la marca, me ponía de los nervios.

Igual que se pone de los nervios el autor de esta gran página de Internet. A través de esta página, intentan que se nos meta entre ceja y ceja una noción tan básica como normalmente olvidada, que ti nunca lleva tilde. Y confieso que me encanta la iniciativa, porque mucha gente le pone tilde sistemáticamente y eso me enerva profundamente.

Se supone que tenemos que salir de la educación obligatoria sabiendo acentuar, y resulta que no, que salimos confundidos y sin recursos. Somos lo que escribimos, somos lo que decimos, somos lo que pensamos, pero cada vez tenemos más dificultades para articularlo todo de una manera correcta y coherente. Todos tenemos una responsabilidad con la lengua, y es la de usarla bien. Con el registro que queramos, pero bien.

Nos estamos volviendo locos

A un señor valenciano, Gas Natural le ha enviado una factura en la que algún graciosillo le había cambiado los apellidos por Gilipollas Caraculo. Así, Antonio Lo-Que-Sea, ha recibido una factura correcta, con todos sus datos, pero a nombre de un tal Antonio Gilipollas Caraculo.

Hasta aquí, una anécdota divertida y hasta entrañable. Gas Natural ya ha hecho todo lo que tenía que hacer, ha pedido perdón, ha abierto una investigación y patatín y patatán, y todo bien, y todo genial.

Pero resulta que el bueno de Antonio pide una compensación económica. No sé si a vosotros os suena igual de aberrante que a mí, porque a mí me parece un despropósito de los gordos. Antonio pide dinero por daños psicológicos y morales. Y yo, lo único que puedo pensar es que nos estamos volviendo locos, y nos dirigimos a todo gas a una sociedad como la estadounidense, donde todo es denunciable, incluso Dios o la naturaleza.

No quiero hacer demagogia al decir que hay cosas mil millones de veces más importantes que esta, aunque las haya, pero sí que me parece alucinante que hayamos llegado a un punto en el que convertimos todo en un negocio, y presuponemos una maldad en las acciones de todo el mundo. Un trabajador hace una broma, cambia los apellidos de un tipo en una factura y se olvida de borrarlos y corremos a denunciarle por ¡daños morales! como si en ello nos fuera la vida. A mí me parece como mucho anecdótico, y creo que no puede causar demasiados daños morales. Todo lo contrario, lo que causará será unas risas. Si yo fuera Antonio, enmarcaría la factura y la exhibiría en el recibidor.

Perdemos el sentido del humor a pasos agigantados y mermamos la comunicación en nuestra sociedad, ya que, ante la posibilidad de que nos denuncien por cualquier cosa, optamos todos por ser correctos, por no burlarnos de nadie, por no decir nada que se pueda malinterpretar. Vaya una mierda.

viernes, 28 de septiembre de 2007

La buena educación

Tengo una foto en la que estoy bebiendo de una botella de refresco sentada sobre la hierba. En la foto debo de tener unos dos añitos y estoy muy mona y muy relajada. Es una foto de un festival de música al que me llevaron mis padres en algún momento.

Cuando tenía siete u ocho años, mis padres me llevaron a ver ET. Subtitulada. Lloré un montón cuando ET se marchó y dejó a Elliott en la tierra. Lloré tanto, que a la salida del cine mi padre me regaló una revista. Él compraba un semanario de humor llamado así, Humor, que sacó una versión infantil, Humi. Eso me compró mi padre para consolarme tras el disgusto de ver a dos amigos separarse.

Cuando era adolescente o más bien preadolescente, una amiga de mi madre me enseñó los diarios de Anaïs Nin. Le pedí que me los prestara para leer. Ella miró a mi madre que le dijo que sí, que claro. No los leí, claro está, me aburrieron soberanamente, pero Elena, la amiga de mi madre se quedó pasmada al recibir consentimiento para dejármelos.

Cuando ya era adolescente, mi madre me llevó al cine. Fuimos a ver "Los amigos de Peter". A los pocos meses fui por primera vez sola a los cines Verdi. Vi "Azul".

En todo esto pensaba el otro día en el concierto de Police. Pensaba en lo extraño que es educar. Pensaba que mis padres, aun habiéndose equivocado mucho en mi educación o en su manera de tratarme, me dieron desde muy pequeña algo que nunca podré agradecer lo bastante. Me dieron la oportunidad de conocer. Me llevaron a conciertos y me hicieron escuchar música. No música para niños, aunque tuve muchos discos de Parchís, sino música, en general, de la que le gustaba a mi padre. Me aprendí de memoria canciones de los Beatles, de Eric Clapton, de Sabina, de Serrat, de Radio Futura. Mi padre cantaba, y yo con él. Leí todo lo que había en mi casa. Nunca un libro fue poco adecuado. Cuando empecé a leer, cualquier cosa que hubiera en la casa podía leerse y disfrutarse. Empecé a ir al cine. Sola, a ver cine subtitulado, a seguir los grandes ciclos de cine de la televisión. Nunca hubo una película poco adecuada, ni un control sobre mis gustos.

Todo eso me dieron mis padres, quizás incluso sin proponérselo. Me dieron sus gustos, sus aficiones, sus intereses. Me llevaron y me hicieron participar de todo lo que les apasionaba. Y por eso estuve ayer coreando canciones de Police. Porque alguien, en su día, me los hizo escuchar.

Es difícil educar a un hijo, uno nunca sabe qué dar y qué no. Y sin embargo es muy fácil. A veces solo se trata de compartir.

domingo, 19 de agosto de 2007

Navarro, o el doble rasero culé

Hace días que leo en los periódicos deportivos a algunos personajes agraviados y enfadados por la marcha de Navarro a la NBA. Personajillos que se indignan por la apuesta del jugador, que pasa a tener uno de los peores contratos de la mejor liga del mundo, solo por poder jugar y aprender allí.

Y me sorprende mucho que se hable tanto de que si el Barça le ha rebajado la cláusula de recisión, de si se marcha contento con un conveniente plan de amortización de su deuda con el club.

Los culés somos los primeros que prácticamente exigimos a todos los jugadores que entran en la disciplina del club que se identifiquen con nuestros colores y nuestra historia. Les enseñamos que el Barça es más que un club, que es la identidad y el corazón de un sector de la población catalana. Les pedimos que aprendan catalán, que sientan la camiseta, que respeten nuestra cultura. No les tratamos como a empleados, sino les pedimos que se conviertan en símbolos de un determinado sentir. Los que no responden bien, suelen marcharse. Los que encajan, acaban por quedarse incluso a vivir por aquí, entre nosotros, y nos sentimos orgullosos de ello.

Sin embargo, en el caso de Navarro, algunas voces culés piden que le tratemos como a un empleado, que saquemos rendimiento económico del sueño de un jugador que lo ha dado todo por el club y que nos ha salvado el culo en más de una ocasión. He leído que perdemos dinero, que es una vergüenza, que Laporta ha hecho mal en permitirlo y montones de sandeces iguales.

Estoy muy orgullosa de que el Barça trate tan bien a un jugador que es, por derecho propio, un símbolo para todos los aficionados al baloncesto. Espero que en la NBA todo le vaya de perlas, y me alegra muchísimo que haya podido aprovechar su oportunidad de vivir una liga tan competitiva como la estadounidense.

Me encanta que tratemos a nuestros jugadores exactamente igual que como les pedimos que nos traten a nosotros. Me gusta que les entendamos, que les escuchemos y que les ayudemos a conseguir lo que siempre han querido.

Que sigan esos personajes criticando, que yo intentaré ver todos los partidos de Memphis que pueda, para seguir disfrutando del jugador que tantas alegrías me ha dado en el Barça.

martes, 24 de julio de 2007

El secuestro

Llevo varios días indignada por un episodio que es más propio de regímenes dictatoriales que de una democracia que nos pasamos el día pregonando y de la que fardamos como de un coche deportivo. Nos colgamos cartelitos que dicen que somos demócratas y vamos dando lecciones a los países menos afortunados. Nos indignamos cuando por ahí alguien se enfada porque hacemos una caricatura de un dios y les damos clases de libertad de expresión. Todo desde nuestra privilegiada posición de burgueses demócratas del mundo.

Y sin embargo, hace unos días, un juez secuestró una revista humorística por poner en la portada una caricatura de Felipe y Letizia haciendo el amor. Entre los motivos esgrimidos para cometer este atropello, se ha argumentado que es una imagen vejatoria y calumniadora. Y yo me pregunto: ¿no sería más calumniador acaso decir que Felipe y Letizia no hacen el amor y que, por ejemplo, han tenido a sus dos hijas por inseminación artificial? ¿Es vejatorio hacer el amor? Y es que por ahí también se ha dicho que lo vejatorio no era el hecho de que hicieran el amor, sino la postura, Letizia apoyada en manos y rodillas sobre la cama, y Felipe de pie. ¿Es vejatorio hacer el amor en la postura que más nos apetezca? Lo lamento mucho por las mujeres, los maridos, novias, novios y amantes de todos aquellos que sostienen esta teoría.

Lo cierto es que tenemos de todo menos libertad de expresión. O por lo menos no tenemos libertad de expresión cuando se trata de hablar de determinadas personas de nuestra sociedad. A nadie le importa que ZP y Rajoy se insulten abiertamente, que políticos y famosetes de medio pelo salgan en la tele gritándose de todo y calumniándose a todas horas. Nadie ha cerrado ningún programa magazine de esos en los que los concursantes de diferentes realities salen a mentir descaradamente y a acusarse unos a otros de las atrocidades más espantosas. Eso está bien. En cambio, suponer que Felipe y Letizia tienen una vida sexual sana está mal, es criticable e incluso delito.

A mí que me lo expliquen, porque no lo entiendo.

Por suerte, como siempre que ocurren estas cosas, lo que se ha conseguido ha sido un efecto rebote. La portada de El Jueves ha sido noticia en todo el mundo, la edición se agotó en todos los quioscos antes de que la policía pudiera retirarla y el movimiento solidario va a hacer que una revista inteligente e irreverente como El Jueves registre un aumento importante en sus ventas.

Desde aquí os animo a comprarla y a visitar su página web: http://www.eljueves.es porque cada vez parece que es más necesario que recuperemos el sentido del humor y que lo usemos.

martes, 19 de junio de 2007

Freak

Eso me dice mi pomelo a todas horas. Dice que no sabe por qué me preocupo por las cosas que me preocupo. Dice que no entiende cómo puedo pensar en las cosas que pienso. Dice que no hay nadie en el mundo a quien le importe en absoluto lo que a mí me parece indignante o alarmante. Pero no es verdad.

Aunque lleva diciéndomelo desde que nos conocemos, últimamente no se calla porque hay dos anuncios que me traen por el camino de la amargura. Y estoy segura de que mucha más gente se ha fijado en lo mismo que me he fijado yo, lo que pasa es que ellos no se lo cuentan a mi pomelo.

El primer anuncio es el de Estrella Damm. La primera vez que lo vi, me encantó, y creo que es una idea excelente. Los de Estrella llevan años basando sus campañas en la antigüedad de su marca, pero este es, de largo, el mejor anuncio que se les ha ocurrido. En él se ve un entierro en el que se han reunido personas de lo más diversas. En el ataúd, hay un joven con bañador y el pelo húmedo, que sujeta una Estrella. Damos un salto en el tiempo y le vemos unos años atrás, en bañador y con la cerveza, en su fiesta de cumpleaños. Cumple ochenta años y sus nietas, dos adolescentes, llevan un cartel en el que se lee "Felicidades, abuelo". Volvemos a dar un salto en el tiempo y le vemos jugando a tenis y tirando una pelota fuera para que una chica se incline a recogérsela. Él, en bañador y cerveza en mano, le mira las bragas a la chica con el resto de sus amigos jubilados. Otro salto en el tiempo y le vemos como director de una empresa, en bañador y con cerveza. Otro salto y le vemos casándose con una chica muy guapa, en bañador y con cerveza. Y con un último salto nos plantamos en una noche de fiesta en la playa, donde por fin el bañador y la cerveza tienen cabida, y nuestro chico ve pasar una estrella fugaz y pide un deseo: "Para siempre". Hasta ahí todo estupendo. Un buen anuncio. Pero resulta que a alguien se le ocurrió rotular los años en los que suceden las diferentes cosas. Y tenemos esto:

1952 - Fiesta en la playa
1963 - Boda hippie
1975 - Reunión de negocios
1984 - Partida de tenis
1992 - 80 cumpleaños
2007 - Funeral

Bien, pues no me cuadran los números. Y eso me obsesiona muchísimo. Vale, sí, soy una mente cerrada y obtusa que necesita que cuadren las cosas, es verdad. Pero es que no cuadra. ¿En la fiesta de la playa tenía 40 años? Si se casa en el 63, ¿cómo puede tener nietas adolescentes 29 años después? Vale, podría ser que tuviera hijos de un matrimonio anterior (coño, casándose a los 51 años, todo puede ser). Pero ese chico no puede tener cuarenta años. Si los cuarentones del 52 montaban esas fiestas en la playa y estaban así de estupendos, tenemos mucho que aprender.

El otro anuncio es malo. Es el nuevo anuncio de Tampax en el que una chica lleva la falda metida en las braguitas y va enseñando el culo. Cuando se baja del ascensor, le dice al chico que espera en la puerta: "La cremallera". Y cuando el chico corre a tocarse la entrepierna, vemos claramente que se trata de un pantalón de botones. Ostras, ahí hay que decir "La bragueta" y te quedas tan ancho. Aunque quizás es solo una estrategia para que nos adentremos en el encefalograma plano de una chica que no nota que lleva la falda metida en las bragas y el culo al aire... Si no se da cuenta de eso, ¿cómo queremos que sepa que lo de ese chico son botones?

En fin, que sí, que soy de las que se fijan si cuando cambia el plano en la película o la serie de turno, cambia también la posición de las cosas y de los personajes. Soy de las que se indignan cuando un personaje utiliza mal un pronombre. Soy de las que se plantean la verosimilitud de los guiones y de las que señalan cualquier fallo de coherencia que puedan descubrir. Pero no soy la única. Y eso me tranquiliza.

Un chico se ha dedicado a mirar si en los paquetes de sopa de letras Gallo estaban todas las letras del abecedario, y se ha quejado a la empresa porque ha detectado que faltan la U y la W. Podéis leerlo todo en http://mefaltanletras.blogspot.com donde Abel explica con todo lujo de detalles sus descubrimientos y su intercambio de mails con Pastas Gallo.

martes, 29 de mayo de 2007

Inmigración y sentido común

Tú vas a pescar. Te montas con tus colegas en tu barquito. Echas las redes para pillar unos atunes, que van carísimos en el mercado. Y mientras estás ahí, calladito, trabajando, sin molestar a nadie, te encuentras una balsita. En la balsita va un montón de gente y te piden si les puedes echar una mano, que van apretados. Así que les das agua y algo de comer, porque eres buena gente. Pero resulta que los desgraciados se empeñan en meterte en líos, así que se empiezan a hundir. Y tú, con todo el sentido común del mundo, los coges y los subes a tu barco, joder, que aquí hay espacio si nos apartamos un poco. Pero entonces resulta que no te dejan parar en ningún puerto, que te ponen problemas, que si dónde están los papeles de esa gente, que si para qué los traes aquí, bla, bla, bla. Seguro que si en lugar de ir en una balsa, hubiesen naufragado en un yate, a nadie les importaría que no hubiesen recordado coger el pasaporte mientras el yate se hundía. Así que, moraleja, la próxima vez que veas a unos morenitos hundirse en aguas heladas, les saludas y te vas pitando, no sea que no te dejen tomar tierra en ningún sitio.

Y eso me lleva a analizar los resultados electorales. Sí, yo soy así, así funciona mi cerebro. Morenitos hundidos = resultados electorales. Y es que ha habido algunos fenómenos preocupantes, un avance de algunos partidos abiertamente xenófobos y una derechización de feudos tradicionalmente de izquierdas. Y todo sale del mismo sitio, de los morenitos que vienen en balsa (los que llegan y no se hunden en aguas internacionales).

Seamos sinceros, nadie se va de su país por gusto. Bueno, no es cierto. Los burgueses del mundo lo hacemos. Vivimos un par de años aquí, otro allá, y a veces nos instalamos en otros países burgueses del mundo. Y nos gusta. Y no somos un problema para nadie, porque entre burgueses nos entendemos. Pero cuando alguien muy diferente a nosotros, que viene de un país muy diferente, con una cultura muy diferente y no es un burgués, llega a nuestra tierra, no lo hace por venir a disfrutar del sol, la paella, el gazpacho y la playa. Seguramente no nos lo encontraremos en un tablao flamenco sacando fotos y siguiendo el ritmo con las manos. No, la gente que realmente protagoniza los movimientos migratorios viene obligada por diversos motivos: la guerra, el hambre o la pobreza extrema suelen ser los más habituales.

En fin, yo no me escandalizo. Si hoy estallara una guerra en España, yo cogía a mis tres churumbeles y me iba. Ni me lo pensaba. Si de repente no tuviésemos comida y mis hijos sufrieran los efectos de esa pobreza, tampoco dudaría ni un segundo en hacer las maletas y marcharme a otro sitio donde tuviera la oportunidad de ganar dinero. Y poco me importaría que me despreciaran, me señalaran con el dedo o me trataran mal.

Movimientos migratorios hay desde que el mundo es mundo. Todos migramos en algún momento, y si podemos, volvemos después a nuestra tierra. Pero estos movimientos migratorios están empezando a ser un problema. No porque venga demasiada gente a los países bienestantes del mundo, porque eso es algo que a mí no me quita el sueño, sino por el efecto que esos movimientos están teniendo sobre los países de acogida.

Poco me importa que haya gente de diferentes colores en mi edificio, en el cole de mis hijos o en las tiendas del barrio. Si son buena gente, me da igual el idioma que hablen. Lo que me preocupa más, es el efecto que tienen sobre mis compatriotas, sobre los oriundos del lugar que empiezan a tener miedo y a justificar algunas medidas extremas que en otro momento les parecerían un atentado contra los derechos fundamentales de los seres humanos.

El problema es que no tenemos cultura de país de acogida y eso a la gente le da miedo. Te abren una mezquita junto a tu casa y te pones a temblar, pero te da lo mismo si es un salón del reino frecuentado por nativos de la zona. Afirmas que esa gente te quita el trabajo, no se quiere integrar y se reúne en guetos misteriosos. Tienes cosas y te da miedo que alguien te las quite.

Pero que la ultraderecha suba no es sinónimo de que se vaya a resolver el problema. Tampoco los papeles para todos serían lo ideal, por lo menos no hasta que se regule el movimiento migratorio extremo que vivimos en este momento. Las razones de la inmigración son más profundas. A estas alturas ya ni siquiera podemos resolver el problema con ayuda humanitaria. No se trata solo de invertir en los países más desfavorecidos. Nos hemos pasado años, o incluso siglos, siendo mudos testigos de conflictos, corruptelas y pandemias, cruzados de brazos. Ahora recogemos lo que sembramos y no sirve de nada que nos obstinemos en levantar muros más altos y en formar más cuerpos de seguridad. Son más que nosotros y tienen derecho a buscarse la vida.

Así que más vale que vayamos ideando otras estrategias y poniéndonos las pilas para que esa gente se pueda quedar en su casa si es lo que desea y para que nuestros conciudadanos vayan perdiendo el miedo a todo moreno que no sea de UVA.

sábado, 26 de mayo de 2007

El alcohol es mu malo 1

Amplíen ustedes, lean y disfruten.

¡Gracias Xosé!

lunes, 21 de mayo de 2007

Desnudas

El viernes pasado, mi pomelo disfrutaba de una cena en Construmat y mis tres retoños dormían y roncaban en su habitación, así que encendí la tele para que me hiciera compañía mientras recogía un poco y preparaba una lavadora (qué vida más excitante, amigos). Y como los fines de semana la televisión es infumable, terminé mirando, o más bien, mirando a trozos y escuchando, "Desnudas", el programa de Cuatro en el que mujeres acomplejadas aprenden a sacarse partido y a encontrarse atractivas.

No soy una gran aficionada a estos programas y no sé si realmente funcionan o tienen éxito entre el público televisivo, pero creo que un programa de este tipo se merece una felicitación enorme en forma de ovación ensordecedora con el público puesto en pie. Cada vez más, aquí y allá nos dicen a hombres y mujeres que debemos ser mejores, más guapos, más jóvenes, más delgados o más fuertes, más altos, más bajos, más rubios o más morenos. Y cada vez más se nos recuerda que no hay límite, que podemos pedirlo todo, porque si la naturaleza y la genética no nos lo han dado, siempre habrá un bisturí y una prótesis dispuestos a ponernos o sacarnos lo que haga falta.

La gente ya no tiene edad y es curioso como se nos intenta uniformar para que seamos todos iguales, sin rasgos distintivos. Mi pomelo y yo comentamos a menudo que las estrellas de la canción estadounidense, particularmente en sus vídeos musicales, son totalmente irreconocibles e indistinguibles, por el maquillaje y los filtros que se usan para grabarlas. Ninguna de ellas tiene marcas de expresión, pecas o cicatrices, todas tienen una cara lisa y perfecta en la que solo se pueden apreciar los ojos teñidos de negro y la boca pintada de rojo.

Si "Desnudas" es un buen programa, es principalmente porque no intenta convencer a nadie de que tiene un cuerpo perfecto. El programa se centra en elegir la ropa, el peinado y el maquillaje que mejor le sienta a cada una de las participantes, y en hacerles perder la vergüenza a exhibirse y a desnudarse. Se centra también en el refuerzo positivo, en potenciar las mejores partes de la anatomía y disimular las peores. En definitiva, en ayudar a las mujeres a recuperar su autoestima y su derecho a ser diferentes e imperfectas.

Felicidades a Cuatro por ir contracorriente mientras en otras cadenas se estrenan (y fracasan) programas en los que operan a las personas hasta dejarlas irreconocibles, sin pensar en los efectos psicológicos que tanta operación y tanto cambio puede tener sobre las participantes y sobre sus familias.

Y felicidades también, de paso, a Dove, que ha apostado por una campaña arriesgada que le está dando muchísimos beneficios, en la que las modelos de sus anuncios son mujeres guapas, pero normales y corrientes, permitiéndonos a todas las que no medimos metro setenta, ni usamos una talla 36, respirar aliviadas por vernos representadas en algún lugar y dejar de ser totalmente invisibles.

viernes, 18 de mayo de 2007

De la libertad de prensa y otras minucias

Vuelven las elecciones cual turrón navideño a llenar nuestras pantallas y nuestras radios de mensajes tan vacíos de contenido que si intercambiamos los nombres de los partidos y sus logotipos, cualquier anuncio puede aplicarse a cualquier formación política.

En Catalunya, además, vuelven las quejas de los periodistas de la radio y la televisión públicas, que todas las elecciones se quejan de lo mismo: que desde el gobierno les controlan la manera de dar la información referente a la campaña electoral. En Catalunya (no sé cómo funciona en el resto de España), los programas informativos están obligados a presentar la información de la campaña en el orden que marca la cantidad de votos de cada formación. Así, la primera noticia debe corresponder siempre a la fuerza política que más votos obtuvo en las últimas elecciones, y la última noticia, al partido más humilde en cantidad de votos.

También el tiempo se estipula en función de la importancia de la fuerza política. Los partidos con más votos tienen más tiempo de información, mientras que los partidos pequeñitos tienen apenas unos segundos para desgranar propuestas o verter descalificaciones. Toma libertad de prensa. Toma derecho a la información.

La protesta de los periodistas del ente público es radical: dejar de firmar sus reportajes. Nadie sabe quién ha cubierto qué noticia. Una decisión valiente y guerrera.

Así llevan años, y siguen sin hacerles caso (bueno, ¿a alguien le extraña?). Y digo yo, ¿y si realmente no cubrieran esas noticias? ¿Y si un año se plantaran y dijeran que no van a informar de la campaña electoral porque no pueden hacerlo con garantías de independencia y objetividad? Sí, de acuerdo, se vulneraría nuestro derecho a la información, pero bueno, las teles ya deciden lo que es noticia y lo que no, ¿qué diferencia habría?

Pues la única diferencia que podría haber sería la respuesta de los políticos. Déjenles un par de días sin su minuto de gloria en el Telenotícies Migdia, y ya verán lo rapidito que nos cambian todo lo que les pidamos.

En fin, que aplaudo que los periodistas se quejen y se reboten, pero no sería mala idea que les dieran donde más duele y les obligaran a retirar esas directrices injustas e inmorales que atentan contra la libertad de prensa de la manera más elemental.

jueves, 17 de mayo de 2007

A traición

Te estás sacando los pelos del entrecejo. O te estás peinando. O te estás probando unos pendientes espectaculares (como diría Leonardo Sbaraglia). O a lo mejor te estás maquillando para salir, o te estás afeitando, o te lavas los dientes. No importa mucho lo que estás haciendo, en realidad, la cuestión es que estás ocupado, y de repente te miras como por casualidad en el espejo. Y ahí está. Tiesa. Erguida. Insolente. Mirándote con sorna. Electrizada. Ondulada y delgada, pero destacando con una energía impresionante. La muy guarra.

Ahí está, es tu primera cana. Y la tía se ríe de ti. Está crecida, porque sabes que no puedes hacer nada contra ella. "Si la arrancas", se apresura a decirte tu tía, tu mejor amiga o la vecina cotilla, "te saldrán siete más". Y tú te quedas pasmado ante una afirmación tan científica.

Pero eso no cambia nada. Te la arrancas o te la peinas, buscas inquieto señales de otros pelos blancos y te tranquilizas unos minutos al ver que aún no es una plaga. Pero el espejo deja de ser lo que había sido hasta entonces. A partir de ahora, se acabó el mirar distraído, se acabó el pensar en otra cosa mientras engulles Oraldine para evitar la factura del dentista. A partir del momento en el que ha aparecido la primera señal, todas tus incursiones higiénicas pasan a ser un escrutinio constante del cuero cabelludo. De las sienes. De la nuca. Y el problema es que las canas, como los problemas, nunca vienen solas.

Las primeras diez te las arrancas, pero llega un momento en el que son legión. Y con legión me refiero a legión. Treinta, cuarenta, cincuenta. Bien alineadas, bien colocadas, todas juntas para asegurarse de que no las arrancas. Todas desafiantes.

Y tú, que todavía sabes el ochenta por ciento de las canciones de los 40 principales, que todavía vas a conciertos, que puedes seguir hablando con los chavales del instituto sin sentirte completamente desfasado, descubres que te has hecho mayor. Creías que a ti ese momento no te iba a llegar, que no eras como los demás, que tardarías mucho y que lo llevarías con dignidad. Pero el síndrome de Peter Pan y la crisis de los 30 no son términos inventados para describir extraños casos de enfermedades raras. No, amigo, no. Si alguien pensó en esas expresiones es porque es un fenómeno generalizado. ¿Verdad que no se llaman "sarcoidosis" ni "autoinmune"? ¿Verdad que House no perdería ni medio nanosegundo en comentarlo con sus avezados lameculos? Pues eso.

A traición, así aparece la primera cana. Y nos abre la puerta a un mundo lleno de Lady Grecian (o como se escriba, no entiendo por qué han quitado esos entrañables anuncios) y tintes, para que no volvamos nunca a ser los mismos.

Pero que conste que a mí me lo han contado.

viernes, 4 de mayo de 2007

La Pantoja y el estado de la nación

Estamos de enhorabuena. No paran de ocurrir cosas interesantísimas con las que llenar horas y horas de televisión y páginas y páginas de periódicos. Y eso es siempre una buena noticia.

Y ahora le ha tocado a la Paquirrina, a la Pantoja de España y de toda la vida. Qué dolor. Como decía aquel, algo no va bien en este país cuando se detiene con nocturnidad a una personalidad como la Pantoja.

Y yo me pregunto... (porque me gusta hacerme preguntas tontas) ¿por qué de repente nos ponemos todos nerviosos porque detienen a una señora cuyo único mérito en la vida es cantar (o intentarlo) y haber sido mujer de un torero? ¿Por qué nos extraña que detengan a una mujer cuya pareja lleva meses en la cárcel acusado de toda clase de malversaciones y estafas? ¿Por qué nos indigna que la hayan citado para declarar? ¿Por qué no nos alucina que haya pagado 90.000 euros (con los que muchos de nosotros nos pagaríamos media hipoteca o más) en un abrir y cerrar de ojos y se haya marchado a su casita enseguida?

Me encanta que todos los gallineros de este país se hayan agitado al ritmo de la declaración de la Pantoja. Me resulta hilarante que muchas personas crean que esta mujer es respetable solo por cantar. Pero, a ver. ¿No es esa mujer que ha vendido vida y milagros, suyos y de toda la familia, al mejor postor durante años? ¿No ha estado meses compartiendo vida y casa con un chorizo con mayúsculas, que era además un macarra que iba enfrentándose a pseudoperiodistas y cámaras por todas partes? Seriedad, caballeros. Si la han detenido, por algo será. Si está en libertad con cargos después de pagar 15, sí, 15 millones de las antiguas pesetas (esta frase me copa, como dirían Les Luthiers...), deberíamos pensar que algo huele mal en Dinamarca, o en Cantora, o en como **** se llame la casa en la que está atrincherada.

Pero en fin, estas noticias son las que dan color a la vida, y las que permiten que Corbacho imite a Jorge Javier Vázquez y todos nos echemos unas risas.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La primera vez

Cuando yo tenía 19 o 20 años, un amigo al que siempre he querido muchísimo, me puso por primera vez un disco de Extremoduro. Acababa de salir y él andaba entusiasmado con esas nuevas canciones que me puso hasta la saciedad y que me dejaron totalmente alucinada. Allí nació mi pasión por ese grupo, y tuve la suerte de poder volver atrás y escuchar un montón de discos que me sonaron nuevos aunque hacía mucho tiempo que se habían editado. Años después, sería yo quien le pusiera un disco de Extremoduro a mi pomelo, y quien le llevara a un concierto que le dejaría con la boca abierta.

Y siempre pienso en ello y reflexiono sobre eso, sobre la primera vez, sobre el descubrimiento de un autor, un músico, un cineasta, algo que de repente nos alucina, nos encanta y nos abre las puertas al mundo privado del artista en cuestión, y a un montón de nuevas sensaciones.

Alguien dijo una vez que todos sabemos cuándo leímos "El señor de los anillos" por primera vez (bueno, al menos lo sabemos todos aquellos que lo leímos antes de la trilogía cinematográfica). Y es cierto. Esas primeras veces, esos descubrimientos, nos marcan. Recuerdo la primera vez que oí a Def con Dos, la primera película francesa que vi, el día que terminé de leer la Historia interminable, el día que leí y releí todos los pequeños episodios del Libro de los abrazos, o lo que me dijo mi padre cuando me puso en las manos Cien años de soledad. Pienso en Cocaine y en Eric Clapton, y en cómo la escuché y la volví a escuchar cuando era una niña muy pequeña y el riff característico de esa canción me daba pánico. Es curioso cómo recuerdo esas primeras veces a la perfección.

Y recordar esas primeras veces me da produce también una sana envidia. Miro a mi hermano menor (muy menor), o a mis hijos, y pienso que todavía les quedan por descubrir esos pequeños placeres. Pienso en el día que escuchen Extremoduro por primera vez, o que lean Alta fidelidad. Pienso en esa mirada nueva, fresca, que solo tenemos una vez al enfrentarnos a todas estas cosas. Nunca volvermos a mirar las cosas del mismo modo que esa primera vez. Pienso en la descarga eléctrica que es para nuestro cerebro descubrir. Y siento envidia. Pero también esperanza. Esperanza de acceder a nuevos descubrimientos, a nuevas cosas que hagan que mi mundo se tambalee también. No podré volver a escuchar a Extremoduro como si no les hubiese oído nunca, pero algo debe quedar por aprender. Bueno, algo... de hecho, todo.

Empatía

Ayer vimos el partido entre el Liverpool y el Chelsea. Bueno, no todo el partido, la segunda parte, la prórroga y los penalties. No era nuestra intención, de hecho, íbamos a ver "House", pero resultó que Cuatro decidió volver a emitir el capítulo en el que Foreman casi se nos muere y pusimos el partido de rebote.

Ver este partido me sirvió para constatar dos cosas. Una, que los penalties son un horror y me ponen taquicárdica aunque se trate de un partido de quinta regional; y dos, que no puedo ver un partido sin una cierta implicación emocional. Es decir, que si se enfrentan Levante y Getafe para ver quién queda decimoquinto en la liga... vaya, seré incapaz de tragarme ni diez nanosegundos de partido.

En cambio ayer era una semifinal de Champions. No es que a los culés nos importe mucho esa competición ;-) después de que nos echaran de ella sin piedad, pero es un torneo interesante. Y, curiosamente, todos tenemos algunos equipos que nos caen simpáticos.

Mis colores son los del Barça, eso está claro, y en menor medida los de Peñarol y Boca Juniors. Pero sin embargo hay un montón de equipos que me caen bien. ¿Por qué? Pues yo qué sé. Porque me caen bien, sin más.

Y entre los equipos británicos, mi simpatía está con Arsenal, Liverpool y ManU. Supongo que me gusta el Arsenal porque es el equipo de Nick Hornby, que es uno de mis escritores favoritos, y tras leer "Fever Pitch" nadie puede quedarse impasible ante ese equipo. Y el Liverpool y el ManU... pues no sé por qué.

Pero ahí estábamos, con nuestro pollo caramelizado y nuestro arroz tres delicias, agitando los palillos de rabia cada vez que aparecía Mourinho y animando a grito pelado a los rojos, mi hijo Àlex incluido (que siempre pregunta quién es el Barça y quién el Madrid, pero que acabó gritando "Liverpoooooooool"). Y ahí estaban ellos, empatando la eliminatoria y poniéndome de los nervios.

Y es que cuando ya solo quedaban quince minutos para la prórroga, empecé a morderme las uñas. Y eso es muy mala señal. Durante la prórroga ya empecé a sacudir espasmódicamente los pies, cosa que solo hago cuando estoy extremadamente nerviosa. Y llegados a los penalties... Bueno, no quería mirar, quería mirar, quería marcharme y estaba totalmente enganchada al sofá.

Finalmente, Reina fue el héroe de la noche y mis amigos de Liverpool se clasificaron para la final. Mi pomelo y yo nos juramos que iríamos a ver un partido de la Premier antes de fenecer y deseamos fervientemente que el ManU gane esta noche al Milan y nos deje una final de Champions simpática.

¿Y por qué? ¿Por qué de repente me interesan esas semifinales, esa final, ese título, de un modo más que anecdótico? Que mi pomelo se trague cualquier partido de fútbol no es noticia ni novedad, y me hace dudar de su salud mental (como él duda de la mía cuando me paso horas bizqueando frente a la pantalla del ordenador), pero, ¿por qué me quedé mordiéndome los muñones que me quedaban en lugar de dedos para ver si el Liverpool pasaba a la final?

Pues por empatía. Por el mismo motivo que se me pone la piel de gallina cuando veo al público del Español rugiendo por el tres a cero de la ida de las semis de la UEFA, o por el que se me llenan los ojos de lágrimas cuando veo una tragedia en las noticias. Porque de repente te identificas con alguien en la otra punta del mundo y sientes lo que deben de estar sintiendo ellos...

Es una cualidad genial, ¿verdad? Es increíble que los seres humanos tengamos esa capacidad de empatizar. En el caso de un partido de fútbol es intrascendente, eso es evidente, pero qué bonito es tener la capacidad de hacerlo en otros momentos de nuestra vida (y en el partido de fútbol también, joder).

viernes, 27 de abril de 2007

La arbitrariedad

La semana pasada fuimos a conocer al hijo de mi amiga Vero. Fuimos a casa de sus suegros, comimos pastel, charlamos, escuchamos música y de paso les presentamos también a nuestros hijos pequeños, que ni Vero ni Dani conocían. Había mucha gente y la verdad es que fue una fiesta bonita y divertida. Y me hizo pensar un montón.

Conocí a Vero en primero de carrera. Las dos entrábamos en Traducción como segunda carrera, después de haber pasado un año, yo en biología y ella en psicología. Coincidimos en clase de portugués y nos caímos bien. Y siempre nos hemos caído bien. Sin embargo nunca hemos sido grandes amigas. Y la culpa de todo la tiene el tiempo, el momento, la situación.

Sé que no estoy descubriendo la sopa de ajo al decir que nuestros amigos nacen, sencillamente, de la casualidad. De coincidir una noche en una discoteca, o en la misma clase de preescolar. De asistir a las mismas clases, de vivir cerca, de jugar en el mismo equipo de baloncesto. Así hacemos amigos. Y es curioso, pero para que nazca una amistad se necesita que confluyan un montón de factores totalmente arbitrarios.

Cuando yo conocí a Vero, hacíamos cosas diferentes, frecuentábamos sitios diferentes y teníamos actitudes diferentes. Nos contábamos un montón de cosas en clase y nos llevábamos muy bien, pero nunca nos veíamos fuera de la universidad. Luego yo empecé a salir con un chico y ella se fue de Erasmus. Y seguíamos llevándonos bien, contándonos un montón de cosas. Pero nunca hemos sido amigas.

Cada vez que veo a Vero, pienso que en cualquier otro momento, en cualquier otra situación, podríamos haber sido amigas íntimas, pero nunca se han dado las condiciones necesarias para que lo seamos. Y me parece alucinante.

La amistad es algo arbitrario. Lo veo en los amigos que conserva mi pomelo, amigos de toda la vida que si conociera hoy no serían sus amigos. Lo veo en los amigos que tenemos, que salen de la variopinta cantidad de actividades a las que nos hemos dedicado. Amigos del baloncesto, amigos del trabajo, amigos traductores, amigos por correspondencia, amigos de la escuela. Amigos igualitos a nosotros y amigos tan diferentes que es increíble que seamos amigos. Amigos que no lo son aunque tendrían que serlo, y amigos que siguen siéndolo a pesar de que nunca habríamos creído que lo seríamos.

A veces ocurre. Y no es que sea algo que me preocupe, porque sigo viendo a Vero seis años después de terminar la carrera. No como grandes amigas, sino como buenas conocidas, pero por lo menos nos seguimos viendo. Y no lamento que nuestra relación no haya evolucionado hasta ser una verdadera amistad, porque sencillamente así ha sido, pero siempre pienso en lo curioso que es.

Sant Jordi

Me encanta la fiesta de Sant Jordi. Es la mejor fiesta del año, la más bonita. Porque, para empezar, ¿a alguien se le ocurre algo más hermoso que llenar las calles de flores y libros?

Te levantas por la mañana y las librerías del barrio han sacado mesas a la calle. Mesas que cubren de libros de toda clase, de las últimas novedades, de los libros que siempre se venden, de libros infantiles y de novelas baratas. Libros para todos los gustos.

Los niños de los colegios, las asociaciones, las ONG montan sus puestos de rosas. Rosas que compiten por llamar la atención por el motivo que sea. Rosas de colores, de papel, de caramelo. Rosas envueltas en tela de arpillera, en celofán, en cintas de colores.

Y de repente todo el pueblo, toda la ciudad, todo el barrio sale a la calle. La gente se apretuja, hojea los libros y le pregunta al librero cualquier cosa. Todos pedimos a amigos y conocidos que nos recomienden algo, o nos contamos qué libros hemos comprado y por qué motivo. Compramos libros para toda la familia, llevamos a los niños a comprar libros, nos tomamos un rato para ver, mirar y pasar miles de páginas, buscando algo que nos guste o nos sorprenda.

Los libreros catalanes venden el diez por ciento de los libros que venden en un año, en un solo día. Un millón de libros. Un millón de libros que se compran en la calle, en una fiesta. Un millón de libros en los miles de puestos callejeros en los que los libreros se afanan por ayudarnos. Todos nos dejamos llevar y gastamos más de lo que gastaríamos en libros cualquier otro día.

Pero lo mejor del día de Sant Jordi es el momento de llegar a casa y abrir las bolsas. El momento de sacar los libros que huelen a nuevo, a deliciosos papel y tinta. El momento de hojearlos con calma, de pasear la mirada por los lomos, de acariciarlos, de amontonarlos en la mesilla de noche. El momento de comprobar las buenas elecciones que hemos hecho.

Acaba de pasar una de las mejores fiestas que existen. Y lo curioso es que es una fiesta que podríamos celebrar todos los días. Cualquier día podemos entrar en una librería a curiosear, hojear y preguntar. Cualquier día podemos regalar flores. Y sin embargo es en Sant Jordi cuando salimos a hacerlo. Y quizás eso convierte el 23 de abril en un día tan mágico. El hecho de que no lo es en absoluto. Es solo un día corriente en el que compramos libros y flores. Y eso nos hace felices.

sábado, 21 de abril de 2007

El gol

Bien, no puedo resistirme. Si alguien vive en otro planeta y no ha visto lo que es capaz de hacer Messi con un balón en los pies, que lo mire ya aquí.

Yo soy futbolera de andar por casa, fanática únicamente del mundial de fútbol, que para mí es directamente el mejor espectáculo del mundo. Pero cuando una ve un gol así (y más aún si una es del Barça), se reconcilia con el fútbol y con el deporte.

El fútbol es un espectáculo. Que nos lo devuelvan. Que dejen de especular con los resultados. Que dejen de defender esperando el momento de ganar el partido en un contraataque. Que dejen que los jugadores jueguen y no trabajen tanto.

Ojalá ver un gol como este no fuese una anécdota y una noticia. Ojalá fuese así todos los fines de semana.

martes, 17 de abril de 2007

Idiomas

Al hilo de la polémica del vídeo de Telemadrid que comentaba ayer, me ha venido a la cabeza un excelente artículo de Manuel de España en El Jueves. En él decía que lo que debíamos hacer era entender de una vez por todas que nadie hablaba otra lengua para tocarnos las narices ni para hacernos la puñeta. Que la gente usa una lengua diferente a la nuestra porque es la suya, la que quiere y la que usa para expresarse.

Realmente, creo que en este país se peca mucho de no querer entender ese tipo de situaciones, a uno y a otro lado de la barrera, eso sí. Y algunos creen que el catalán, el euskera y el galego nacieron solo para molestar a los españoles, mientras que otros creen que aquellos que se sienten españoles les atacan directamente.

Así que a ver si aprendemos de una vez que nadie usa una lengua o tiene un sentimiento para fastidiarnos, y empezamos a intentar entender la situación en la que se encuentra el otro.

lunes, 16 de abril de 2007

Cerebros de tercera

No iba a comentar el escándalo del vídeo de Telemadrid porque no lo había visto y porque no soy muy dada a entrar en estos debates estériles sobre los sentimientos de cada cual, que son todos respetables y todos legítimos. Pero es que lo acabo de ver. Ahora mismo. Y la verdad es que me indigna que se haga una cosa tan maniqueísta, tan demagógica y tan falsa.

Yo no soy nacida en Catalunya. Nací en Argentina y allí viví hasta los nueve años. Y llegué a Catalunya a esa edad. Y fui al colegio. No tuve ningún problema. Y ahora tengo un hijo que va al colegio. Y habla castellano y catalán. Igual que todos sus compañeros.

Ese "documental" lo único que hace es desgranar falsedad tras falsedad. Es increíble que se pueda emitir una cosa de esas características en una televisión pública. Y es increíble que día tras día, mes tras mes, se mine la imagen de Catalunya, se ataque y se insulte a una región que, como todas, tiene sus particularidades.

Pero como entrar en un tema tan complicado como los sentimientos es difícil, me voy a ceñir a algunos puntos de este documental que me parecen absolutamente descabellados y ridículos:

  • El documental empieza por centrarse en la educación. Habla de los colegios y de las horas de castellano, y habla de las lenguas vehiculares de los colegios. Y personalmente creo que es una idiotez. Mi hijo tiene tres años. Va a P3. En casa hablamos en catalán. Una de sus abuelas habla castellano. Mi hijo habla castellano perfectamente. Igual que el catalán. Y tiene varios compañeros castellanoparlantes con los que habla en castellano, y compañeros catalanes con los que habla en catalán. Y a todos los niños les pasa. Que una escuela escoja una lengua vehicular no tiene nada que ver con que los niños aprendan o no aprendan otras lenguas. Particularmente si son lenguas que habla normalmente más de un 60% de la población. Porque lo que este documental no dice en ningún momento es que más del 60% de los catalanes son castellanoparlantes, y que sí, el catalán está en una situación de minoría (que no de discriminación) en Catalunya.
  • En el documental se comenta que algunos profesores no saben escribir en castellano. Sí, es cierto. Y otros no saben escribir en catalán. Y hay algunos que no saben escribir en ninguna de las dos lenguas. Por favor, seriedad. El problema no está en la lengua (que seguramente ese profesor que hace faltas no pudo aprender en el colegio, porque no olvidemos que no hace tantos años estaba prohibida) sino en la formación de los maestros y en su acceso al sistema público de educación. Maestros malos hay en todas partes, y seguro que hay maestros que hacen faltas en Ponferrada y en Lahiguera también (con todo mi respeto para los maestros de todas las comunidades autónomas).
  • Afirman estos pseudoperiodistas que en el patio se obliga a los niños a hablar catalán. No he oído memez mayor en toda mi vida. ¿Qué tenemos en Catalunya? ¿Colegios o campos de concentración? En el patio, los niños hablan el idioma que les da la gana. A veces mezclan lenguas. A veces hablan castellano. A veces hablan catalán. Y ninguna maestra les dice nada, faltaría más.
  • Otra osada afirmación es que se cambian los nombres de los niños para catalanizarlos. Bueno, pues igual en un colegio de Badalona ocurrió alguna vez, pero yo no conozco ningún colegio que lo haga. En el colegio de mi hijo María José sigue siendo María José y hay un Dawit, un Nizar y muchos otros niños que tienen, letra por letra, el nombre que sus padres eligieron para ellos. No solo eso, sino que además, entre los profesores y el personal de la escuela hay una Merche, un Benito y muchos otros miembros del personal con el nombre que siempre han tenido. No se me ocurre afirmación más estúpida, ya que todos tenemos amigos con nombres en castellano y en catalán, y conocemos Xavis y Javis, Annas y Anas, Josés y Joseps, Jorges y Jordis...
  • Uno de los entrevistados afirma que fue agredido por una pandilla de salvajes. ¿Qué pasa? ¿No puede haber indeseables en Catalunya? ¿Nadie ha agredido nunca a un vasco o a un catalán en Madrid? ¿No se agrede a la gente por razones imbéciles como el color de la piel, el idioma que habla, la nacionalidad o el nivel social?
  • Para ser profesor universitario en Catalunya hay que tener un nivel C de catalán. Bien. Un nivel C es el nivel equivalente a la EGB. Es un nivel básico que te permite un montón de faltas de expresión. Después de terminar el instituto tienes un nivel D. Para ser traductor de catalán, se te pide un nivel K. Hay un montón de profesores en las universidades catalanas que dan sus clases en castellano. Yo estudié traducción del inglés al castellano. Tuve alguna asignatura en catalán y en inglés, pero tuve unos doscientos cincuenta créditos o más en castellano. Mi facultad estaba siempre llena de alumnos extranjeros. La mayoría de ellos sentía curiosidad por aprender el catalán.
  • Las cifras de este reportaje hablan de que el 94% de los catalanes entienden el catalán. Bien, seguramente, tras tres o cuatro días de escucharlo, el 90% de los castellanoparlantes del mundo lo entenderían también. El 70% lo habla. Casi el 50% puede escribirlo. No han dicho en ningún momento cuánta gente lo usa. Decir que como un 94% de la gente lo entiende no es un idioma que está en minoría vuelve a ser una memez. Que conste que yo no soy de las que solo habla catalán y que nunca se pasa al castellano. Yo hablo castellano, escribo castellano, trabajo con el castellano. Pero me parece de cajón que lo importante de estas cifras tendría que ser cuánta gente lo usa en realidad. Y me temo que entonces la cifra cae espectacularmente.
  • Otra cosa totalmente ridícula es el tema de la información del tiempo. Solo dan la información del tiempo de Catalunya y después informan en general de la información del tiempo en toda Europa. Veamos. ¿En qué lugares se ve la televisión catalana? En Catalunya, el País Valenciano y las islas Baleares, exactamente las zonas cuyas condiciones atmosféricas se describen. El programa del tiempo de TV3 es un programa excelente, divertido y ameno, que además nos da una información precisa sobre las temperaturas que tendremos. No me gusta ver el tiempo en otras cadenas porque ponen un símbolo encima de toda Catalunya, y la verdad es que las temperaturas varían un montón de un pueblo a otro. Lo que no dicen en este documental es que antes del tiempo de Catalunya, en el programa de noticias de las comarcas, solo dan la información de la provincia de Barcelona (bueno, en el resto de provincias dan la información de esa provincia, claro). No he oído a nadie de Lleida quejarse de que los barceloneses no nos enteremos del tiempo que hace en Lleida en el Telenotícies comarques.
  • También se habla largo y tendido de ser español. Se habla de que hay gente que no quiere ser española. Bien, pues están en su derecho. Aquí viven italianos que se consideran italianos, no españoles ni catalanes. Mi madre es uruguaya y siempre lo será. Y si Joel Joan o Miki Moto se sienten catalanes, pues bien por ellos. Me parece indignante que alguien intente forzar a la gente a sentirse de un modo u otro. Que ellos se sientan lo que quieran, yo me sentiré lo que me dé la gana, y usted, señor guionista de este documental, sienta también lo que quiera. No se puede criminalizar a nadie por sentirse lo que le dé la gana. Mi amigo Niall se siente galés, no se siente británico, no se siente inglés. Está en su derecho.
  • El último punto que quiero comentar es el del doblaje al catalán. Se usa el argumento de que la industria está en contra y un buen hombre explica que las películas en catalán no recaudan lo mismo que las películas en castellano. A ver, ¿no estábamos afirmando que el castellano era una lengua vapuleada y discriminada en Catalunya? Pues ahí tienen ustedes. Las cifras no engañan. No es rentable doblar en catalán, porque la gente no va al cine en catalán. Las hordas de nacionalistas fanáticos que flagelan a cualquiera que hable castellano por el centro de la ciudad no van al cine. El 94% de personas que entienden el catalán no se mete a presión en las salas para defender la lengua. La gente habla más castellano que catalán y va al cine en castellano más que en catalán. Y los mismos autores del documental lo han demostrado con sus entrevistas.

Sinceramente, no entiendo la polémica. Lo más hermoso del mundo es comunicarse, sea en la lengua que sea. A menudo pienso en los poderes de los superhéroes y pienso que el único poder que me gustaría tener (bueno, además de ser Elastigirl y poder abrir la nevera desde el sofá) sería el de hablar todas las lenguas del mundo. Negarse a conocer, apreciar y aprender el catalán es obtuso. Es un crimen desaprovechar la increíble oportunidad de conocer otra lengua y de consolidarla lo suficiente para poder usarla.

Pero con todo, el crimen más grave está en intentar dar una imagen distorsionada de una gente a la que se empeñan en llamar compañeros o compatriotas, pero a la que tratan como otra cosa. Esos son los verdaderos ciudadanos de segunda, aquellos a los que se difama, se calumnia y se insulta, sin darles la posibilidad de defenderse.

domingo, 15 de abril de 2007

El juicio final

Justicia cegata

Cada cierto tiempo se publican noticias como la que hemos estado escuchando y leyendo estos días, sobre niños que son acogidos por familias que los tienen, a veces durante años, y que después pierden la custodia en favor de los padres biológicos que les habían maltratado o que no habían podido hacerse cargo de ellos. Los niños empiezan entonces un periplo por centros de acogida y orfanatos, vuelven con sus padres biológicos, y en la mayoría de los casos, al cabo de unos meses vuelven a pasar a disposición de la comunidad de turno, y a vivir en orfanatos y centros de acogida hasta que les vuelven a encontrar una familia, o hasta que les obligan a volver con sus padres biológicos otra vez.

Cada vez que oigo estas noticias, me pongo frenética. No puedo evitarlo. Me supera. Estoy harta de que se protejan los derechos de los adultos en detrimento de los de los menores. Ya basta. Ya va siendo hora de que legislemos para proteger a los niños, de que les demos oportunidades a los peques que han vivido situaciones traumáticas o de desprotección. Ya va siendo hora de que nos ocupemos de los niños y de su bienestar, en lugar de ocuparnos de términos y conceptos abstractos y morales que no le hacen ningún bien a los menores.

Con esto no quiero decir que una madre o un padre que ha tenido la desgracia de pasar por una enfermedad mental, una adicción o cualquier otro problema, no pueda volver a ver a sus hijos (aunque sí que estoy más a favor de ello en los casos de niños maltratados), sino que estos niños puedan rehacer sus vidas sin estar pendientes de que sus padres biológicos hagan lo propio. Los niños tienen que ir a vivir con una familia que les quiera y les apoye, y la ley tiene que asegurarse de que los padres biológicos, una vez recuperados, puedan visitar a sus hijos y volver a tener una relación con ellos. Pero no que vuelvan a tener la custodia. No puede ser que los niños tengan que volver a vivir el trauma de una separación, la inseguridad de un nuevo ambiente y en general, toda la desestabilización que supone cualquier cambio en la rutina de un menor.

Basta ya. Las leyes de adopción y acogida deben cambiar lo antes posible, para evitar que casos como estos se vuelvan a repetir, y para permitir que todos los niños que están por ahí, solos, viviendo en orfanatos, sin familia, puedan encontrar, lo más rápidamente posible, alguien que les quiera y que les dé lo que nadie más puede darles. Tenemos que empezar a proteger y a apoyar a los niños, que nunca son culpables de lo que les pasa, pero son siempre los primeros en sufrir las consecuencias de las acciones de los adultos.

jueves, 29 de marzo de 2007

Racismo

Fue un domingo por la mañana. Habíamos ido a desayunar a una panadería de la Rambla. Cuando fui a pagar y a buscar el pan, mi hijo mayor se me acercó y me pidió por favor una chocolatina del Barça. Eran esos paraguas de chocolate que en el asa tienen una pegatina con una caricatura de un jugador. Había un montón, así que le pregunté:

-Cariño, ¿cuál quieres?

Mi hijo lo tenía clarísimo:

-El negro.

Claro, el negro. ¿Qué negro?

-¿Ronaldinho o Eto'o?

Mi hijo me miraba extrañadísimo.

-El negro, mami.

Yo seguía firme:

-Sí, cariño, pero es que hay dos negros, Ronaldinho y Eto'o. ¿Cuál de los dos quieres?

-Que no, mami, quiero el negro.

Supuse que se refería a Eto'o, porque Ronaldinho es más bien mulato, y alargué la mano para señalarlo. Pero mi hijo ya estaba más que harto.

-Súbeme, mami.

Le cogí en brazos y le acerqué al expositor. Decididísimo, apuntó con su dedo regordete a Victor Valdés, de riguroso luto futbolístico.

-El negro, mami.

El panadero y yo nos miramos. Me avergoncé de ser tan estrecha de miras. El panadero sonrió y me dijo que estaba claro que uno no nacía racista.

Mi hijo se comía la chocolatina feliz, ajeno al color de la piel de todos los futbolistas del Barça, y todas las personas del mundo.

viernes, 23 de marzo de 2007

Comercio justo

Estoy a favor del comercio justo, eso que quede claro. Hace años que compro el arroz en la tienda de Intermon del centro de Sabadell y lo hago plenamente convencida de que el comercio justo es una idea buenísima y un concepto genial.

Pero me temo que hay muchas cosas negativas en el comercio justo y que poco a poco vamos a tener que ayudar a que cambien, o continuará siendo una parte ínfima del comercio en general.

Lo primero que hay que solucionar es el precio. Supongo que los precios que tiene ahora el comercio justo, particularmente la comida, es el resultado de una producción pequeña y de una red de distribución pequeña, y que por eso resulta tan escandalosamente caro. La comida es decididamente cara y eso es un gran problema a la hora de dar a conocer el comercio justo al gran público. Cuando un kilo de arroz cuesta tres euros, sabes que tu único público es un ciudadano con un poder adquisitivo medio-alto, y que jamás llegarás a una mayoría que paga menos de la mitad de ese dinero por el arroz que compra en su supermercado.

Es decir, la idea del comercio justo no puede ni debe ser que los productos se encarezcan un 100% o un 150%, sino que el intermediario no tenga los beneficios astronómicos que obtiene y que el productor reciba un precio justo por su mercancía, un precio que le permita vivir de su trabajo.

Y dicho esto, es cuestión de empezar a pensar en expandir la idea del comercio justo a todos los ámbitos de la producción, puesto que en todos los países, los agricultores están empezando a perder el poder de decidir a qué precio venden sus productos, ya que los intermediarios que los compran son los que ponen los precios que más les convienen.

Así pues, la idea es que los productos valgan lo que cuestan y que toda la cadena de producción y comercialización pueda vivir con los precios que se cobran. Y ahí es donde el comercio justo tiene que saber ajustarse a la situación actual de mercado. Supongo que la producción de comercio justo se ve limitada por su escasez y su poca distribución, y eso hace que repercutan los precios sobre el comprador, pero el fenómeno del comercio justo nunca llegará a ser un fenómeno generalizado a menos que consigamos que los precios sean competitivos. Una persona con unos ingresos modestos, hará el esfuerzo de comprar un producto de comercio justo, si la diferencia de precio es asumible, un 30 o un 40%. Pero no lo hará si la diferencia alcanza o supera el 100%. De algún modo, la industria del comercio justo tiene que buscar la manera de compatibilizar la justicia con unos precios que la gente pueda pagar.

El segundo problema que tiene el comercio justo es un problema de distribución. Yo compro arroz en la tienda de Intermon porque está en el centro de mi ciudad y paso a veces por allí. Pero la verdad es que la gente necesita una distribución adecuada de los productos y tener la oferta en el comercio en el que compra habitualmente. Aunque muchas cadenas de supermercados se han adherido a las campañas de comercio justo y han prometido distribuir esos productos, a la hora de la verdad no están en las estanterías. Hay que luchar para que estén y para que nadie tenga la excusa de no saber o no haber visto.

El tercer problema es la variedad de productos. Cuando uno va a comprar productos de comercio justo no tiene mucha variedad. Hay especias, salsas, arroz, café, chocolate, azúcar y pasta. Pero no hay más, y no hay una renovación de productos. Habría que intentar comercializar otros tipos de productos, como harinas, sémolas, conservas... Incluso habría que plantearse la viabilidad del comercio justo global e inaugurar tiendas que unificaran el comercio justo con el tercer mundo y con los agricultores del mal llamado primer mundo. Así uno no tendría que comprar el café y el azúcar en un sitio y la leche y la fruta en otro.

El comercio justo es una idea estupenda y funciona muy bien para objetos de regalo y ropa, que son productos de buena calidad con precios más ajustados, pero todavía queda mucho para que funcione todo lo bien que podría y debería en el campo alimentario y cosmético. Hace falta un esfuerzo social importante, pero también hace falta aprender de la experiencia de años de comercio justo.

jueves, 15 de marzo de 2007

La violencia en el deporte

Hace un par de días que sabemos que le han caído siete meses de inhabilitación a Navarro, el jugador del Valencia que salió de su banquillo para romperle la nariz de un puñetazo a un rival después de ganar el partido. También que se ha sancionado a ambos equipos con una multa de 150.000 euros.

Por una vez, estoy más que de acuerdo con una sanción impuesta a un deportista o club deportivo. Estoy harta de oír a jugadores, técnicos y clubes hablar y hablar sin parar sobre la violencia en el deporte, para luego permitir que haya entradas asesinas que causan fracturas, tanganas al final del partido (o durante) y aficionados que no solo insultan sino que agreden al equipo rival.

¿Qué sanciones se imponen hasta ahora? Pues al Betis, de cuyo campo salió un entrenador en camilla, sin sentido, unos 20.000 euros de multa. En otros casos, tres partidos a puerta cerrada. El triste episodio de Sicilia se saldó con algunos partidos sin público en los campos que no cumplieran las medidas de seguridad adecuadas.

¿Qué son estas sanciones? Minucias. Para los equipos que se gastan millones de euros en fichajes y traspasos, 20.000 euros es calderilla. Tres partidos a puerta cerrada, un mal menor. Uno o dos partidos de sanción, gajes del oficio.

Si queremos acabar con la violencia en el fútbol, o en el deporte en general (aunque el fútbol es, de largo, el deporte más violento), ya va siendo hora de que las sanciones sean sanciones de verdad. De que la factura que se pasa a los clubes, en partidos, en dinero y en lo que sea menester, les duela de verdad. A ver si entonces se preocupan realmente de que la gente se comporte como se tendría que comportar en un espectáculo, un entretenimiento, un juego: pasándolo bien y yéndose a tomar una cerveza después del partido con la afición rival.

Espero, por el bien del fútbol, que no reduzcan las sanciones del Valencia ni del Inter en lo más mínimo, a ver si de una vez por todas terminamos con la lacra que mancha uno de los deportes más bonitos del mundo.

Falta de respeto crónica

A veces miro las noticias y me pregunto si estamos todos locos. La gente sufre una falta de respeto crónica por las decisiones ajenas, y no me refiero únicamente a los políticos, que son los grandes maestros del arte de faltar al respeto.

Últimamente cada vez que se aprueba una ley, o se da el visto bueno a una resolución que da más derechos a ciertos colectivos, sin afectar para nada los derechos del resto de la población, la gente que no pertenece a esos colectivos pone el grito en el cielo, critica, insulta y desacredita. Las decisiones que atañen a un cierto colectivo, las debería tomar ese colectivo, no toda la sociedad, y mucho menos aún si esa decisión no nos influye en absoluto.

Pienso en el matrimonio entre homosexuales, en toda la gente que se opone y a la que le parece una inmoralidad. Pero a ver, ¿ustedes son homosexuales? ¿Van a casarse con alguien de su mismo sexo? Pues entonces no molesten. Que un colectivo al que no pertenecen tenga un derecho más a ustedes no les afecta. No se les ha recortado ningún derecho, ningún privilegio a ustedes. Así que no tienen por qué opinar.

Ayer por la noche fallecía una señora que tras diez años encadenada a una cama y a un aparato para respirar, pidió que la desconectaran. Y otra vez las voces de aquellos que no tienen una enfermedad grave, ni están en estado vegetativo, ni totalmente paralizados, se alzan para desacreditar a quien lo permitió, a quien lo pidió y a todo aquel que lo apoya.

Cuando llegue su hora, señores, aguanten hasta el final y no pidan jamás renunciar a un tratamiento, pero dejen que los demás decidan lo que van a hacer con su vida. Nadie nos obliga a tomar un medicamento o a operarnos, aunque el resultado de no hacerlo sea la muerte, y sin embargo quieren ustedes obligar a una señora que no puede quitarse el tratamiento por sí misma a resistir todo el tiempo que pueda.

No lo hagan ustedes, no lo aprueben si no quieren, pero dejen de molestar, dejen de cuestionar, dejen decidir. Cuando una decisión afecta a otros a quienes no conocemos, y de quienes no sabemos nada, ni siquiera la situación por la que están pasando, lo más inteligente es escuchar más y hablar menos, y darle el protagonismo al verdadero protagonista de la historia.

Dos caballeros


Dos caballeros en el mercado de Sololá, Guatemala

miércoles, 14 de marzo de 2007

Amarguras del teletrabajo

Tú trabajas en casa. Y eso es una suerte, no nos engañemos. Es una suerte porque si te hartas, decides desconectar media hora y ver la tele, escuchar la radio, o bajar a comprar el pan. Nadie te pregunta qué haces, ni cuándo volverás, ni por qué has decidido dejar esa traducción tan complicada para después.

Es una suerte porque si el niño está enfermo no hay que llamar a nadie, ni hay que hacer malabares con los horarios para poder llegar a todas partes. Puedes ir a todas las fiestas del cole, ir a comprar por la mañana, cuando hay menos gente en todas partes, desayunar leyendo el periódico y un sinfín de cosas más, todas igualmente fantabulosas.

Sí, pero es que tú trabajas. Y eso es algo que la mayoría de gente tiende a olvidar. Que trabajas. Y que quizás puedas irte a tomar un café, pero eso quiere decir que el trabajo lo tendrás que hacer en otro momento.

Cada vez que me reúno con otros traductores autónomos, todos nos quejamos de lo mismo. De la pareja que te dice: "Pero bueno, ya irás tú a buscar/comprar/pagar/arreglar eso, ¿no? Total tú estás todo el día en casa." O del amigo que exclama sorprendido: "¿Por qué tienes la casa tan desordenada? Con las horas que pasas en casa seguro que encuentras un momento para arreglarla." Nadie entiende que uno trabaja, que el trabajo tiene que hacerse igualmente, y que flexibilidad horaria no quiere decir que no haya que hacer nada, sino que tiene que hacerse en un horario que no se especifica.

Los comentarios de la gente son abundantes y eternos. Por teletrabajadores y por traductores sufrimos una incomprensión igualita a la de Calimero. Una señora me preguntó un día si trabajaba en casa. Al decirle que sí, me preguntó si... ¡cosía! Cuando le dije que traducía me miró como si fuese marciana. Otra señora, más entrañable y cercana, me preguntó por qué trabajaba tanto. Cuando le contesté que para pagar el piso y la comida, me respondió muy sorprendida: "Ah, ¿te pagan por eso? Yo pensaba que lo hacías para estar entretenida, como pasas todo el día en casa..."

Cualquier teletrabajador, o cualquier traductor, explicará la misma historia en otras versiones.

Pero lo más triste es la incomprensión en casa. Cuando te llama tu pareja y te pide que, por favor, eso sí, le hagas una gestión, salgas a comprar no se qué, llames a no sé dónde... Tú le contestas que no puedes, y él/ella, se empeña en que lo que pasa es que no quieres. Y ya puedes intentar explicarle que no estás viendo a Ana Rosa y sus amigos, ni estás haciéndote la manicura francesa, ni siquiera estás en internet leyendo el Mundo Deportivo. No. Tú estás traduciendo un aburridísimo documental sobre la ciencia milenaria de hacer burillas con una mano mientras con la otra se conduce un carro, y llevas tres horas intentando encontrar sinónimos de "moco". Ayer te quedaste despierto hasta las tres de la mañana ideando nuevas maneras de decir "meterse el dedo en la nariz", y a las tres de la tarde tienes que entregar. Pero tu medio pomelo no entiende que no puedes hacer una gestión porque no puedes perder una hora de trabajo...

Mi pomelo me dijo una vez que aprovechara las mañanas para ir al gimnasio. No puedo reproducir lo que le dije porque hay niños en un radio de tres kilómetros, pero cuando a los pocos días se quejó de que no tenía horas para ir a correr, le dije de manera amabilísima, que lo hiciera de once a doce de la mañana, en medio de su jornada laboral. Desde entonces no hemos vuelto a discutir sobre mis actividades matinales, y siempre que me llama, antes de pedirme lo que sea que necesita, me pregunta, solícito, si tengo mucho trabajo ese día.

martes, 13 de marzo de 2007

Vendedora


Una vendedora de Panajachel, Guatemala.

Deberes y derechos

Se acercan las elecciones municipales. Últimamente parece que no paramos de ir a votar. Pero lo que me indigna es que sé que muy pronto voy a empezar a escuchar esas típicas frases electorales: "No, yo no voy a ir a votar, total, son todos iguales" o "No, si yo de política no entiendo". Y es que mucha gente piensa que no entender de política es totalmente cool. Mucha gente piensa que tener una opinión política significa haber pasado por el aro, estar metido en la sociedad de consumo y creerse lo que dicen los políticos. En resumen, mucha gente piensa que va a quedar muy bien diciendo que no sabe, no entiende y no le interesa. Mucha gente piensa que la política es cosa de actores comprometidos y de manifestantes con pancartas.

Pero la verdad es que cada vez que oigo a alguno de esos ceporros decir que la política no le interesa me pongo verde de angustia y estoy a puntito de soltarle un buen mamporro. Las afirmaciones en contra de la política son tan ridículas como decir: "Yo no entiendo de números, así que dejo que mi jefe me pague el sueldo que quiera". Al fin y al cabo, a otro nivel, esos tipos que ganan una pasta por ir (o no ir) cada día al congreso, al parlament o al ayuntamiento de turno, son los que deciden qué van a estudiar nuestros hijos en el cole, quién va a ayudarnos a atender a nuestros padres cuando se hagan mayores, cuánto nos van a costar los diferentes servicios que necesitamos y miles de cosas que en realidad nos afectan muchísimo más que las cuatro decisiones macropolíticas que toman y son noticia.

Con esto no quiero decir que todos nos volvamos sesudos analistas políticos y hojeemos todos los días las páginas de tres o cuatro periódicos para formarnos una opinión, sino que aceptemos la responsabilidad que nos toca, nos guste o no, y nos informemos de qué es lo que proponen los diferentes partidos políticos. La ignorancia no puede seguir siendo una excusa para faltar a algo que no es un derecho, sino un deber.

Dicho esto, también tiene que quedar claro que los principales beneficiados por la baja participación electoral son los mismos políticos a los que muchos desprecian tanto como para no ir a votar. Si siempre van a votar los mismos (afiliados, simpatizantes y un pequeño porcentaje de ese gran bloque de indecisos) ya pueden hacer sus pactos de antemano y preparar alianzas antes de que se celebren las elecciones. ¿Para qué currarse un buen programa electoral si ya sabes quién y cuándo te va a votar? ¿Para qué intentar convencer, seducir, apasionar al electorado con propuestas innovadoras e inteligentes que realmente mejoren la calidad de vida de la gente, si hay un cuarenta por ciento de personas que nunca van a ir a votar?

Así pues, propongo que votar sea obligatorio. Quien no vaya a votar, que reciba una multa. Pero para que las cosas sean justas, propongo que los votos en blanco tengan un valor. Que cuando los votos en blanco obtengan un escaño, ese asiento quede físicamente vacío en el órgano representativo pertinente. Y que si los escaños en blanco llegan al 50% se declare nula la votación y se tenga que volver a realizar. Porque eso sí que es un derecho, que el voto en blanco valga exactamente igual que el voto por cualquier opción política. Y esta reflexión no es solo propia, sino que se la debo a Enric, en una interesante discusión sobre el sistema electoral.