miércoles, 2 de mayo de 2007

Empatía

Ayer vimos el partido entre el Liverpool y el Chelsea. Bueno, no todo el partido, la segunda parte, la prórroga y los penalties. No era nuestra intención, de hecho, íbamos a ver "House", pero resultó que Cuatro decidió volver a emitir el capítulo en el que Foreman casi se nos muere y pusimos el partido de rebote.

Ver este partido me sirvió para constatar dos cosas. Una, que los penalties son un horror y me ponen taquicárdica aunque se trate de un partido de quinta regional; y dos, que no puedo ver un partido sin una cierta implicación emocional. Es decir, que si se enfrentan Levante y Getafe para ver quién queda decimoquinto en la liga... vaya, seré incapaz de tragarme ni diez nanosegundos de partido.

En cambio ayer era una semifinal de Champions. No es que a los culés nos importe mucho esa competición ;-) después de que nos echaran de ella sin piedad, pero es un torneo interesante. Y, curiosamente, todos tenemos algunos equipos que nos caen simpáticos.

Mis colores son los del Barça, eso está claro, y en menor medida los de Peñarol y Boca Juniors. Pero sin embargo hay un montón de equipos que me caen bien. ¿Por qué? Pues yo qué sé. Porque me caen bien, sin más.

Y entre los equipos británicos, mi simpatía está con Arsenal, Liverpool y ManU. Supongo que me gusta el Arsenal porque es el equipo de Nick Hornby, que es uno de mis escritores favoritos, y tras leer "Fever Pitch" nadie puede quedarse impasible ante ese equipo. Y el Liverpool y el ManU... pues no sé por qué.

Pero ahí estábamos, con nuestro pollo caramelizado y nuestro arroz tres delicias, agitando los palillos de rabia cada vez que aparecía Mourinho y animando a grito pelado a los rojos, mi hijo Àlex incluido (que siempre pregunta quién es el Barça y quién el Madrid, pero que acabó gritando "Liverpoooooooool"). Y ahí estaban ellos, empatando la eliminatoria y poniéndome de los nervios.

Y es que cuando ya solo quedaban quince minutos para la prórroga, empecé a morderme las uñas. Y eso es muy mala señal. Durante la prórroga ya empecé a sacudir espasmódicamente los pies, cosa que solo hago cuando estoy extremadamente nerviosa. Y llegados a los penalties... Bueno, no quería mirar, quería mirar, quería marcharme y estaba totalmente enganchada al sofá.

Finalmente, Reina fue el héroe de la noche y mis amigos de Liverpool se clasificaron para la final. Mi pomelo y yo nos juramos que iríamos a ver un partido de la Premier antes de fenecer y deseamos fervientemente que el ManU gane esta noche al Milan y nos deje una final de Champions simpática.

¿Y por qué? ¿Por qué de repente me interesan esas semifinales, esa final, ese título, de un modo más que anecdótico? Que mi pomelo se trague cualquier partido de fútbol no es noticia ni novedad, y me hace dudar de su salud mental (como él duda de la mía cuando me paso horas bizqueando frente a la pantalla del ordenador), pero, ¿por qué me quedé mordiéndome los muñones que me quedaban en lugar de dedos para ver si el Liverpool pasaba a la final?

Pues por empatía. Por el mismo motivo que se me pone la piel de gallina cuando veo al público del Español rugiendo por el tres a cero de la ida de las semis de la UEFA, o por el que se me llenan los ojos de lágrimas cuando veo una tragedia en las noticias. Porque de repente te identificas con alguien en la otra punta del mundo y sientes lo que deben de estar sintiendo ellos...

Es una cualidad genial, ¿verdad? Es increíble que los seres humanos tengamos esa capacidad de empatizar. En el caso de un partido de fútbol es intrascendente, eso es evidente, pero qué bonito es tener la capacidad de hacerlo en otros momentos de nuestra vida (y en el partido de fútbol también, joder).

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