martes, 13 de marzo de 2007

Deberes y derechos

Se acercan las elecciones municipales. Últimamente parece que no paramos de ir a votar. Pero lo que me indigna es que sé que muy pronto voy a empezar a escuchar esas típicas frases electorales: "No, yo no voy a ir a votar, total, son todos iguales" o "No, si yo de política no entiendo". Y es que mucha gente piensa que no entender de política es totalmente cool. Mucha gente piensa que tener una opinión política significa haber pasado por el aro, estar metido en la sociedad de consumo y creerse lo que dicen los políticos. En resumen, mucha gente piensa que va a quedar muy bien diciendo que no sabe, no entiende y no le interesa. Mucha gente piensa que la política es cosa de actores comprometidos y de manifestantes con pancartas.

Pero la verdad es que cada vez que oigo a alguno de esos ceporros decir que la política no le interesa me pongo verde de angustia y estoy a puntito de soltarle un buen mamporro. Las afirmaciones en contra de la política son tan ridículas como decir: "Yo no entiendo de números, así que dejo que mi jefe me pague el sueldo que quiera". Al fin y al cabo, a otro nivel, esos tipos que ganan una pasta por ir (o no ir) cada día al congreso, al parlament o al ayuntamiento de turno, son los que deciden qué van a estudiar nuestros hijos en el cole, quién va a ayudarnos a atender a nuestros padres cuando se hagan mayores, cuánto nos van a costar los diferentes servicios que necesitamos y miles de cosas que en realidad nos afectan muchísimo más que las cuatro decisiones macropolíticas que toman y son noticia.

Con esto no quiero decir que todos nos volvamos sesudos analistas políticos y hojeemos todos los días las páginas de tres o cuatro periódicos para formarnos una opinión, sino que aceptemos la responsabilidad que nos toca, nos guste o no, y nos informemos de qué es lo que proponen los diferentes partidos políticos. La ignorancia no puede seguir siendo una excusa para faltar a algo que no es un derecho, sino un deber.

Dicho esto, también tiene que quedar claro que los principales beneficiados por la baja participación electoral son los mismos políticos a los que muchos desprecian tanto como para no ir a votar. Si siempre van a votar los mismos (afiliados, simpatizantes y un pequeño porcentaje de ese gran bloque de indecisos) ya pueden hacer sus pactos de antemano y preparar alianzas antes de que se celebren las elecciones. ¿Para qué currarse un buen programa electoral si ya sabes quién y cuándo te va a votar? ¿Para qué intentar convencer, seducir, apasionar al electorado con propuestas innovadoras e inteligentes que realmente mejoren la calidad de vida de la gente, si hay un cuarenta por ciento de personas que nunca van a ir a votar?

Así pues, propongo que votar sea obligatorio. Quien no vaya a votar, que reciba una multa. Pero para que las cosas sean justas, propongo que los votos en blanco tengan un valor. Que cuando los votos en blanco obtengan un escaño, ese asiento quede físicamente vacío en el órgano representativo pertinente. Y que si los escaños en blanco llegan al 50% se declare nula la votación y se tenga que volver a realizar. Porque eso sí que es un derecho, que el voto en blanco valga exactamente igual que el voto por cualquier opción política. Y esta reflexión no es solo propia, sino que se la debo a Enric, en una interesante discusión sobre el sistema electoral.

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