domingo, 15 de abril de 2007

Justicia cegata

Cada cierto tiempo se publican noticias como la que hemos estado escuchando y leyendo estos días, sobre niños que son acogidos por familias que los tienen, a veces durante años, y que después pierden la custodia en favor de los padres biológicos que les habían maltratado o que no habían podido hacerse cargo de ellos. Los niños empiezan entonces un periplo por centros de acogida y orfanatos, vuelven con sus padres biológicos, y en la mayoría de los casos, al cabo de unos meses vuelven a pasar a disposición de la comunidad de turno, y a vivir en orfanatos y centros de acogida hasta que les vuelven a encontrar una familia, o hasta que les obligan a volver con sus padres biológicos otra vez.

Cada vez que oigo estas noticias, me pongo frenética. No puedo evitarlo. Me supera. Estoy harta de que se protejan los derechos de los adultos en detrimento de los de los menores. Ya basta. Ya va siendo hora de que legislemos para proteger a los niños, de que les demos oportunidades a los peques que han vivido situaciones traumáticas o de desprotección. Ya va siendo hora de que nos ocupemos de los niños y de su bienestar, en lugar de ocuparnos de términos y conceptos abstractos y morales que no le hacen ningún bien a los menores.

Con esto no quiero decir que una madre o un padre que ha tenido la desgracia de pasar por una enfermedad mental, una adicción o cualquier otro problema, no pueda volver a ver a sus hijos (aunque sí que estoy más a favor de ello en los casos de niños maltratados), sino que estos niños puedan rehacer sus vidas sin estar pendientes de que sus padres biológicos hagan lo propio. Los niños tienen que ir a vivir con una familia que les quiera y les apoye, y la ley tiene que asegurarse de que los padres biológicos, una vez recuperados, puedan visitar a sus hijos y volver a tener una relación con ellos. Pero no que vuelvan a tener la custodia. No puede ser que los niños tengan que volver a vivir el trauma de una separación, la inseguridad de un nuevo ambiente y en general, toda la desestabilización que supone cualquier cambio en la rutina de un menor.

Basta ya. Las leyes de adopción y acogida deben cambiar lo antes posible, para evitar que casos como estos se vuelvan a repetir, y para permitir que todos los niños que están por ahí, solos, viviendo en orfanatos, sin familia, puedan encontrar, lo más rápidamente posible, alguien que les quiera y que les dé lo que nadie más puede darles. Tenemos que empezar a proteger y a apoyar a los niños, que nunca son culpables de lo que les pasa, pero son siempre los primeros en sufrir las consecuencias de las acciones de los adultos.

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