viernes, 27 de abril de 2007

Sant Jordi

Me encanta la fiesta de Sant Jordi. Es la mejor fiesta del año, la más bonita. Porque, para empezar, ¿a alguien se le ocurre algo más hermoso que llenar las calles de flores y libros?

Te levantas por la mañana y las librerías del barrio han sacado mesas a la calle. Mesas que cubren de libros de toda clase, de las últimas novedades, de los libros que siempre se venden, de libros infantiles y de novelas baratas. Libros para todos los gustos.

Los niños de los colegios, las asociaciones, las ONG montan sus puestos de rosas. Rosas que compiten por llamar la atención por el motivo que sea. Rosas de colores, de papel, de caramelo. Rosas envueltas en tela de arpillera, en celofán, en cintas de colores.

Y de repente todo el pueblo, toda la ciudad, todo el barrio sale a la calle. La gente se apretuja, hojea los libros y le pregunta al librero cualquier cosa. Todos pedimos a amigos y conocidos que nos recomienden algo, o nos contamos qué libros hemos comprado y por qué motivo. Compramos libros para toda la familia, llevamos a los niños a comprar libros, nos tomamos un rato para ver, mirar y pasar miles de páginas, buscando algo que nos guste o nos sorprenda.

Los libreros catalanes venden el diez por ciento de los libros que venden en un año, en un solo día. Un millón de libros. Un millón de libros que se compran en la calle, en una fiesta. Un millón de libros en los miles de puestos callejeros en los que los libreros se afanan por ayudarnos. Todos nos dejamos llevar y gastamos más de lo que gastaríamos en libros cualquier otro día.

Pero lo mejor del día de Sant Jordi es el momento de llegar a casa y abrir las bolsas. El momento de sacar los libros que huelen a nuevo, a deliciosos papel y tinta. El momento de hojearlos con calma, de pasear la mirada por los lomos, de acariciarlos, de amontonarlos en la mesilla de noche. El momento de comprobar las buenas elecciones que hemos hecho.

Acaba de pasar una de las mejores fiestas que existen. Y lo curioso es que es una fiesta que podríamos celebrar todos los días. Cualquier día podemos entrar en una librería a curiosear, hojear y preguntar. Cualquier día podemos regalar flores. Y sin embargo es en Sant Jordi cuando salimos a hacerlo. Y quizás eso convierte el 23 de abril en un día tan mágico. El hecho de que no lo es en absoluto. Es solo un día corriente en el que compramos libros y flores. Y eso nos hace felices.

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