sábado, 21 de noviembre de 2009

El buen padre


Hay un subgénero cinematográfico que odio profundamente, y es el género del buen padre. No sé si llamarle subgénero o sólo irritante corriente de cine familiar, pero lo cierto es que las películas con este esquema se multiplican como molestos mosquitos tigre y me ponen enferma cada vez que aparecen, sea en el cine o en la televisión.

El género del buen padre es fácilmente reconocible porque siempre hay un señor o una señora que tiene hijos. El señor o la señora suelen ser solteros, viudos o divorciados. Algunas veces tienen pareja, pero no es lo habitual. Lo importante es que tienen hijos. La cantidad da igual, lo importante es que siempre son niños estupendos que en algún momento, empiezan a dar señales de estar molestos o distraídos.

Y la culpa la tiene, cómo no, el buen padre o la buena madre. Porque, pobrecillo/a, está confundido. Va de culo, no llega a todo, está irritable, nervioso/a y disperso/a. Y es que el buen padre, horror, trabaja. Y no sólo trabaja, sino que además tiene un trabajo que le encanta, que es de una gran responsabilidad y que le obliga a estar muchas horas fuera de casa, o a dejar a los niños con múltiples niñeras, o con los abuelos, o incluso a llevárselos a la oficina.

La situación es intolerable y estalla, siempre, matemáticamente, con el festival de algún hijo. Da igual que sea el de Acción de Gracias con el hijo vestido de pavo, el de final de curso con esos graciosos sombreritos de egresados, el de música en el que el retoño va a tocar un solo de saxofón o el partido más importante de la temporada. Lo que importa es que siempre coincide con la reunión que puede cambiar la vida laboral del progenitor, haciéndole progresar y ganar más dinero, sí, pero obligándole a pasar todavía más horas fuera de casa y a tener muchas más responsabilidades.

¿Y qué hace el buen padre? ¿Dice quizás: "Lo siento, ese día no me va bien para la reunión, ¿podemos hacerla más temprano/más tarde/el día anterior/al día siguiente"? NO. El buen padre decide que lo más importante de su vida son sus hijos. Renuncia al trabajo de sus sueños aunque eso signifique conducir durante años la quitanieves del barrio hasta que sus hijos cumplan los dieciocho y decidan que prefieren salir con sus amigos que estar en casa con papá/mamá. Sacrifican sus sueños por lo más importante del mundo: la familia.

Plas, plas. Ovación de gala en la sala.

Yo soy madre. Me gusta ser madre. Me gusta disfrutar del tiempo que tengo para estar con mis hijos. A veces me gustaría tener más tiempo para estar con ellos. Pero no soy sólo madre y mi pomelo no es sólo padre. Somos personas con gustos y aficiones, personas con trabajos que nos gustan y nos llenan, personas con sueños, con perspectivas de futuro, con ganas de hacer cosas. Mi maternidad no es lo único que me define, y tengo clarísimo que aunque siempre hay que renunciar a algunas cosas porque no se puede tener todo, hay cosas a las que no quiero renunciar.

Vida laboral y familiar no son conceptos antagónicos e irreconciliables. Aunque nos lo pongan difícil, todos nos levantamos por la mañana, llevamos a los niños al colegio y nos vamos a trabajar. Los que tenemos mucha suerte disfrutamos con nuestro trabajo y esperamos progresar en nuestra carrera. Y no somos monstruos.

Y estos buenos padres de las pelis nos están diciendo que lo dejemos todo de lado y que nos concentremos únicamente en ser progenitores para nuestros deliciosos retoños. Que dejemos de lado nuestra vida, nuestras ilusiones. Qué triste debe ser tener un padre sin ilusiones y sin retos, sin ganas de mejorar, sin perspectivas de futuro. Un padre que es incapaz de decirle a su jefe: "Por favor, ¿podríamos reunirnos mañana? Hoy lo tengo un poco complicado."

No hay comentarios: