domingo, 9 de marzo de 2008

Nadie merece la muerte

Es de perogrullo, ¿verdad? Nadie merece la muerte. Nadie merece morir. Y sin embargo a veces parece que no, que no es de perogrullo. Abro un periódico, miro un programa de noticias, escucho la radio y parece que no, que nadie tiene clara esta verdad universal que sin embargo, todos damos por buena.

No hay excusa para matar a nadie. Ningún motivo es lo bastante bueno. Y punto. No me puedo extender más, porque es que no hay nada más que decir.

Y lo triste es que se usen las muertes, en España, en Israel, en Estados Unidos o donde sea, para hacer política, para echar leña al fuego, para enardecer a la opinión pública.

Una muerte es una tragedia siempre. Una fuente inagotable de dolor. No es un voto, no es un cheque en blanco para matar a otra persona, no es nada más que un vacío imposible de llenar.

No matéis a nadie, no deseéis la muerte de nadie, no la celebréis, no la pidáis. Una muerte es una muerte, y no la merece nadie.

martes, 4 de marzo de 2008

Idioteces varias

Volvemos a estar en campaña electoral. Y hoy más que nunca me sorprendo ante la falta de escrúpulos y de ideas de los políticos (ingenua que es una).

Dos partidos, dos, llevan como uno de sus lemas en campaña la frase "Aquí no cabemos todos". Qué bonito. No voy a entrar en discusiones éticas sobre la inmigración, porque creo que mi postura está más que clara, pero si me disculpan las mentes preclaras de estos dos partidos, voy a entrar en cuestiones prácticas, que parece que son las únicas que preocupan a la clase política.

Primero y primordial: ¿quién decide quién no cabe? Empezamos echando a los inmigrantes y después ya decidiremos si tampoco caben... no sé, los delincuentes reincidentes, los violadores y los homicidas. Repatriémoslos a todos a... Bueno, no sé, ya encontraremos algún país al que podamos enviar a todos los indeseables que nos queramos quitar de encima. Y después, según el partido que gane las elecciones, echemos también del país a los periodistas que no nos caigan bien, a los tertulianos... y vamos, ¿por qué no? Echemos del país a todos los que no sean del Real Madrid, que ya está bien de tener tantos miramientos.

O mejor, echemos solo a los inmigrantes que nos caigan mal, y a los que nos caigan bien o necesitemos para hacer esos trabajos que no quiere hacer nadie, pagarles cuatro duros y no darles de alta ni en la Seguridad Social, hagámosles firmar un papelito que digan que entienden y respetan nuestra cultura. ¡Qué gran propuesta! Un contrato mediante el cual se comprometan a dejar sus costumbres bárbaras y a adoptar las nuestras. Seguro que así conseguimos que se vuelvan todos blancos, rubios y con los ojos azules. Y a los que se nieguen a firmar el contrato, neguémosles servicios y derechos que tienen todos los demás ciudadanos. Venga, el que no se comprometa a hablar castellano (o catalán) en dos meses, no tendrá acceso a la escuela pública, ni a ayudas de ningún tipo, ni a la Sanidad. Qué se han creído...

Creer que alguien va a adaptarse a un país por firmar un papel es una de las idioteces más profundas que he oído últimamente. ¿Que lo hicieron los holandeses? Vale, los holandeses también tienen legalizadas las drogas, ¿a qué esperan para proponerlo? Una mala idea es una mala idea surja del país que surja. Y me parece mucho más inteligente la legalización de las drogas, qué quieren que les diga...

Para que la gente se adapte a un país solo funciona una cosa, el diálogo social, las políticas de acogida y la destrucción de los guetos que se organizan de forma natural en las ciudades. Cuando se escolariza a los niños extranjeros entre niños locales, cuando los vecinos reciben al recién llegado de una manera constructiva, cuando se tiene acceso a clases de idioma gratuitas, cuando en el trabajo no te explotan, ahí se empieza a sentir un aprecio y un apego por el país al que se llega. Que conste que esto no significa que los inmigrantes no deban hacer un esfuerzo de integración, que deben hacerlo, pero no se les puede forzar a ello, ni con un papel, ni negándoles derechos (que me parece un atentado contra los derechos humanos).

Y después el problema más práctico de todos. No paro de oír que hay que controlar la inmigración. ¿Alguien me puede explicar cómo? Para entrar a Europa en avión hay que pasar miles de controles, justificar todos tus movimientos en la comunidad y presentar el billete de vuelta. La inmigración que llegaba en aviones, principalmente desde América, ya no llega. Ya no vienen ni de turismo, porque los requisitos que se piden para pasear por la Sagrada Familia son tales que desaniman a cualquiera. Pero resulta que tenemos un continente sin fronteras, que además está a cincuenta kilómetros por mar del continente al que nos hemos dedicado a aplastar desde que el mundo es mundo.

¿Alguien me quiere explicar cómo vamos a evitar que lleguen inmigrantes africanos o de la Europa del este? ¿Vamos a poner vallas electrificadas por toda la costa? ¿Vamos a tener un policía en cada playa española? Los inmigrantes entran. Si los pillamos a tiempo, los repatriamos. Si no los pillamos a tiempo, tenemos gente dando vueltas por el país, la mayoría de ellos indocumentados a los que no podemos repatriar. Y los repatriamos y vuelven. Y van a volver, y van a seguir llegando.

La única solución es tener una excelente relación con los países de origen para poder establecer políticas conjuntas para evitar la inmigración. Invertir en los países de origen para conseguir que poco a poco la gente deje de venir.

Hace unos días oía a un fotógrafo, el fotógrafo que tomó las fotos de los bañistas de las playas canarias socorriendo a la patera que había llegado a la costa, emocionarse y con voz quebrada decir que no entendía que ciertos políticos hicieran negocio con ese drama humano.

Yo tampoco lo entiendo. Ni desde un punto de vista práctico, ni mucho menos, desde un punto de vista ético. Nadie se juega la vida por nada, nadie llega a la costa con hipotermia, desnutrido y al borde de la muerte, para joder a nadie. Y si no cabemos todos, hagamos lo posible por encontrar el sitio donde quepa la gente que no tiene nada. Que, por cierto, en mi modelo de país, siempre tendría un lugar.