viernes, 6 de febrero de 2009

Geografía

Ha pasado algo terrible. He descubierto una cosa tremenda que me llena de desazón. En Estados Unidos existen dos Portland.

Sé que es evidente, que como me indicó mi pomelo, es inevitable que existan dos ciudades con el mismo nombre en un país tan grande. Sé que mucha gente lo sabe, y a nadie le parece nada del otro mundo. Pero para mí es la tragedia más trágica de los últimos tiempos.

Y lo he descubierto en un blog, después del tercer comentario sospechoso. La autora del blog en cuestión, que es de Portland, decía que nunca había estado en la costa oeste. Y eso me mosqueó. Portland está en la costa oeste, ahí, cerquita de Seattle. Tengo una idea más bien limitada de la geografía estadounidense, pero hasta ahí llego. Seguí leyendo el blog, después de pensar un rato si mis conceptos este y oeste eran correctos (teniendo en cuenta que izquierda y derecha son dos conceptos dificilísimos para mi cerebro, salvo que se trate de cuestiones políticas). Una equivocación, me dije, no pasa nada. Tres posts más allá, la autora hablaba de que había ido a Boston. Y volvieron a sonar todas las alarmas. Pero, tozuda, decidí obviar la clara referencia a la costa este del país. A lo mejor había cogido un avión. Pero cuando volví a leer que Portland era estupendo, porque estaba junto al mar y muy cerca de Boston, ya no pude más. Me metí en googlemaps, busque Estados Unidos y descubrí que ahí, muy cerquita de Boston, está Portland, Maine, y que el otro Portland es, como todos sabéis, Portland, Oregón.

Y ahí se desencadenó la hecatombe.

Sé que quizás no parezca algo tan grave, pero es que Portland es para mí, desde hace muchos años, un lugar sagrado que está íntima y misteriosamente ligado a mi vida. O eso creía yo, la insensata que solo conocía el Portland oregoniense...

Y es que resulta que el primer partido de la NBA que vi, cuando tenía unos 13 o 14 años, fue un partido de Philadelphia contra Portland. Un Portland en el que jugaban los míticos Porter y Drexler. Un Portland que me cayó bien desde el minuto cero. Portland, Oregón, se entiende.

Pero por entonces mi escritor favorito empezó a ser Stephen King. Stephen King que ya dejaba bien claro que él era de Portland, MAINE. Por alguna extraña razón, nunca me di cuenta de esa pequeña diferencia. Nunca pensé que había ese Maine ahí. Y me he pasado diez años de mi vida pensando que Stephen King era de la costa oeste.

Y la tragedia sigue porque durante todos estos años han ido apareciendo cosas de Portland, gente de Portland, noticias de Portland, que me han ido confirmando la certeza de que Portland era una ciudad estupenda. Lo que no sé es cuál de las dos.

Así pues, ahora ando intranquila... Me pone nerviosa que una cosa que creía saber resulte ser errónea. La de veces que he hablado/fardado/alardeado de Portland y mis conocimientos sobre esa ciudad... Esa ciudad que son dos. Es como estar enamoradísima de tu vecino, darle conversación cada vez que te lo encuentras, y descubrir un día que son gemelos.

Tendré que darle un beso a cada uno, a ver cuál me gusta más...

lunes, 2 de febrero de 2009

De provincias

Sí, provincianos, ni más ni menos. Eso es lo que pasa en España. Y siento una vergüenza tal que apenas puedo ponerla en palabras.

Ayer jugaban Federer y Nadal la final del Open de Australia. Un partido interesante entre dos tenistas de primer nivel. Un partido reñido y ajustado que acabó ganando Nadal. Hasta ahí todo bien. Pero resulta que lo retransmitían por la tele. Y resulta que los locutores comentaban el partido. Y en un momento dado les salió esa chulería que solo se puede tener cuando uno es provinciano y acomplejado a tope:

-Nadal le ha ganado en hierba, le ha ganado en tierra...
-Sí, y si hubiera pistas de hielo también le ganaba.

En fin. Que Nadal es un jugador como la copa de un pino no lo niega nadie. Pero lo es más aún porque tiene la decendia de tratar a sus rivales con respeto y con cariño, y de decirle al que durante años ha sido el mejor jugador del mundo que no se preocupe, que conseguirá superar el récord de Sampras. Y eso es algo que tendrían que aprender los locutores deportivos. Que el deporte es, sobre todo, deportividad.

Pero todavía me quedaban los Goya. Ah, los Goya. Un desfile de estrellas interminable e interesantísimo. Lo único malo fue que vino Benicio del Toro. Y como no estamos acostumbrados a ser agasajados con la presencia de estrellas mundiales (o estadounidenses, que para el caso viene a ser lo mismo, aunque mi adorado Benicio sea puertoriqueño) lanzamos un torrente de chistes sin gracia a nuestro Mr Marshall particular y nos dedicamos a hacerle primeros planos continuos. Seguro que así conseguimos que el año que viene venga más gente.

Pero bueno, por lo menos triunfó "Camino".