miércoles, 21 de enero de 2009

Cosas


Ayer vi la toma de posesión del presidente de los Estados Unidos. Nunca había visto una, pero es que supongo que ninguna había sido tan histórica como lo fue la de ayer. Mi pomelo y yo comentábamos que nos resulta absolutamente imposible entender lo que significa esto para la población negra de Estados Unidos. No creo que nadie que viva fuera de ese país pueda entenderlo.

Pero aunque Obama me cae muy bien y aunque su discurso fue muy bonito, contengo el aliento y espero. No sé qué pasará. Que cierre Guantánamo ya es una buena noticia, así como que reconozca que en Estados Unidos se ha practicado la tortura. Pero hay tantas y tantas cosas, tantos frentes abiertos, tantas relaciones internacionales que corregir que no sé yo si podrá estar a la altura de las expectativas creadas.

Por lo menos debo reconocer que es un hombre que transmite esperanza. Y no solo mediante sus discursos. La verdad es que me produce muchísima esperanza que un montón de gente haya decidido votarle, que un montón de gente le apoye y que un montón de gente quiera cambiar la política estadounidense de los últimos años (o lustros, o décadas). Me hace cuestionarme muchas certezas inmutables sobre ese país que despierta pasiones encontradas en todos los rincones del mundo.

Esperanza como la que siento cuando veo que un grupo de transeúntes evitan el asesinato de una mujer a manos de su ex pareja en el centro de Barcelona. Esperanza de ver que no hemos perdido completamente la vergüenza, de ver que a veces algo nos hace saltar y oponernos a lo que nos parece (o es, evidentemente) un atropello, una injusticia, un crimen.

Porque durante los últimos días me he dado cuenta de una verdad absoluta: me he hecho mayor de repente. Me he pasado al escepticismo, que es sano, sí, pero aburrido y poco apasionado, y echo de menos las ganas de cambiar el mundo y la convicción de que se puede hacer. De repente me encuentro revisando conceptos que toda la vida he defendido a capa y espada, dudando de algunas de mis posturas más radicales e instalándome en una posición que aunque es cómoda y equidistante de prácticamente todas las posturas exaltadas, me produce una pena enorme que solo puede producir la pérdida de la inocencia.

Pero así son las cosas.