domingo, 7 de noviembre de 2010

Arrimar el hombro


Ando un tanto molesta estos días con los comentarios de la crisis que se hacen por ahí, lo rebotados que estamos todos con la reforma laboral y las memeces que oigo decir a unos y a otros sobre el momento en el que nos encontramos. Pero si estoy indignada con alguien en particular es con las personas de la calle, los trabajadores, la plebe, como queráis llamarle, entre los que siempre he estado y entre los que, en general, suelo sentirme bien y cómoda.

Pero hace unas semanas que no puedo sentirme cómoda y bien con mis compañeros de aventuras económicas, con los proletarios del mundo, con los trabajadores. Hace días que los sindicatos se quejan y yo no acabo de verlo claro, nada claro.

Estamos en crisis. No hace falta que nos lo diga nadie, no hace falta que los políticos se acusen unos a otros ni que le echen la culpa a la economía mundial, ni que culpen al sector de la construcción. Todos sabemos en qué berenjenal nos hemos metido y todos sabemos por qué. Nos hemos cansado de hipotecarnos hasta las cejas, de gastarnos lo que no teníamos y de pedir créditos para satisfacer todos nuestros caprichos. Y ahora estamos como estamos.

Pero en lugar de arrimar el hombro, de pensar que todos tendremos que pasar con menos para reflotar la economía y para poder volver a un estado de relativa prosperidad, nos echamos la culpa unos a otros y no transigimos. Para salir de la crisis, que le quiten privilegios a otro, que nosotros no nos queremos mover ni medio milímetro.

Hace días que oigo hablar del paro. De las cifras del paro, de lo injusto que es el paro, de lo mal montado que está y de BLA, BLA, BLA. Pero, díganme ustedes con la mano en el corazón y siendo muy sinceros, ¿a cuántas personas conocen que ahora mismo están en el paro porque no les da la gana trabajar? ¿Cuántas personas conocen ustedes que se hartan de su trabajo, piden que les arreglen los papeles del paro y deciden que ya empezarán a buscar trabajo al cabo de un año, que total se merecen ese año sabático porque llevan cotizando toda la vida? En este momento, yo conozco varias, creo que incluso más de las que puedo contar con los dedos de una mano. Y lo bueno es que a nadie le sorprende, que a nadie le parece mal. Pero, ¿es ese el objetivo del paro? ¿No será acaso que tenemos paro para que si por lo que sea, por mala suerte, uno acaba sin trabajo y con dificultades para mantenerse (a uno mismo y a los que dependen de uno) y no consigue trabajo bajo ningún concepto, pueda sobrevivir mientras sigue buscando trabajo? ¿O es que nos parece que el estado tiene que mantenernos uno de cada diez años sólo porque durante esos otros nueve hemos pagado nuestros impuestos? Esa práctica, socialmente tolerada e incluso admirada, pone una presión impresionante sobre nuestro sistema, pero a nadie parece horrorizarle ni sorprenderle. Es parte de nuestra picaresca, qué cachondos que somos.

También anda la gente escandalizada porque nos quieren reducir la indemnización cuando nos echan a la calle. En lugar de 45 días por año trabajado, nos van a pagar 25 o 30. Y todos pensamos en grandes empresas echando a la calle a millones de personas que trabajan estupendamente, pero de los cuales la empresa se quiere deshacer para tener más beneficios. En eso pensamos, y no en las miles de pymes que en un momento de crisis no pueden echar a la calle a nadie porque tienen que pagarle una millonada, así que se quedan con gente que ya no tiene trabajo porque no la pueden despedir. O peor aún, en las pymes a las que algún trabajador putea descaradamente para que le echen y cobrar un pastón, o se cogen bajas extensísimas para forzar al empresario a echarle. ¿La indemnización es una excusa también para que nos forremos y nos pasemos meses y meses sin trabajar o nos podamos comprar por fin ese coche al que le habíamos echado el ojo? ¿O está pensada para que uno pueda ir tirando mientras busca un nuevo trabajo?

Yo no soy empresaria y no tengo trabajadores a mi cargo. Toda la vida he estado del lado del asalariado y he creído en sus derechos. Pero cuando uno se pasa de la raya y abusa de sus derechos, ¿puedo seguir defendiéndolo ciegamente? Y cuando estamos en una situación crítica como la que vivimos ahora, ¿es lícito que queramos salir de la situación sin hacer ningún sacrificio?

No estoy a favor de esta reforma laboral, pero creo que los motivos para estar en contra son débiles. Estamos en un mal momento y la única manera de salir del pozo es arrimando el hombro. Lo único que hay que exigir, y debemos hacer con firmeza, es que todo el mundo ceda, no sólo los de siempre. Pero por lo demás, a ver si dejamos de llenarnos la boca con palabras bonitas como "solidaridad" y empezamos a aplicarlas a nuestro día a día. Tenemos que entender que para empezar a recuperarnos, hay que exigir que todo el mundo haga su parte, nosotros incluidos.

viernes, 4 de junio de 2010

Defensores atacados

Le he estado dando muchas vueltas a lo que quería escribir. Está claro que después del incidente entre el ejército israelí y la flotilla de barcos turcos hay que decir algo. Pero he intentado madurarlo para que no me saliera una serie de exabruptos y un post visceral sin ningún tipo de reflexión.

Lo he intentado de todos los modos posibles hasta que esta mañana he leído esta entrevista a Raphael Schutz en El Periódico. Y entonces toda mi imparcialidad, toda mi reflexión, toda mi calma se ha venido abajo como un castillo de naipes.

Y ha sido así por dos motivos. El primero y principal es por la palabra "defensa". Resulta que el ejército israelí tuvo que "defenderse".

Y es que, llámenme ustedes rara si quieren, pero pienso yo que si hay una gente que está en su barco, en aguas internacionales y de repente se le acercan unos helicópteros y unos barcos y se les llena el barco de personas armadas que les apuntan con pistolas (sean de pintura o no), los que se defienden son los atacados, es decir, los que estaban en su barco y han sido asaltados de repente, repito en aguas internacionales.

No voy a decir que la gente que había en el barco no golpeó a los israelíes. He visto y me creo perfectamente todo el relato de las barras de hierro. Pero, señores, ¿y? ¿Quiere eso decir que si un señor me quiere robar el bolso en la calle y me da un empujón puedo pegarle un tiro en la cabeza? Creía yo que precisamente los ejércitos estaban preparados para responder a esa clase de disturbios sin necesidad de matar a nadie. Se ve que sigo creyendo en el Ratoncito Pérez.

El otro motivo de indignación, que creo que debería ser clamoroso en la sociedad española, es que este señor compare los nueve muertos de la flotilla con los 23 muertos en accidentes en las carreteras españolas y los 155 muertos en un atentado en la India. Y que encima afirme que no importa, que a nadie le importa. Creo que es un argumento que se desacredita solo, pero por si hay alguien despistado, por si hay alguien que se siente tentado a creer que la muerte de una sola persona no importa, quiero hacer patente desde aquí mi protesta. Protesto porque este señor insulta mi inteligencia, hace demagogia y pretende restar importancia a la muerte de nueve personas en un asalto ilegal a un barco que lo máximo que podía llevar eran activistas y que se ha demostrado que no portaba armas de ningún tipo. Protesto porque la muerte de cualquier ser humano, sea en las condiciones que sea es una cosa que tiene que importarnos a todos. Protesto porque por lo menos la Dirección General de Tráfico hace lo posible por evitar las muertes en la carretera, cosa que no puede decirse del ejército israelí. Protesto al fin y al cabo porque siempre es lo mismo, porque nadie condena abiertamente algo que si hubiese pasado en otras latitudes (pienso en Corea del Norte, pienso en Irán) habría recibido automáticamente una respuesta única y contundente de los organismos internacionales que siguen quitándole hierro al asesinato de nueve personas. Que sí, a lo mejor llevaban una barra de hierro.

*UPDATE: Los israelíes se mofan de lo que ha ocurrido en un vídeo musical... No tengo palabras. Como si hiciera falta publicar los vídeos de las matanzas de Gaza.

viernes, 26 de marzo de 2010

Me gustaría creer en el cielo

Me gustaría, sí. Porque tengo una amiga a la que ya no puedo llamar ni ir a ver, pero a la que sigo queriendo y a la que me gustaría poder recurrir aunque fuera por vía celestial. Me gustaría que pudiera leer esto y decirme que soy una cursi y una exhibicionista por estar escribiéndolo, aunque fuera lanzándome una tormenta al balcón. Me gustaría poder elevar la vista a las nubes para contarle lo que me pasa y que me contestara haciendo brillar estrellas o acercando Saturno. Que me sorprendiera de repente despeinándome con un vendaval cuando tuviera ganas de que nos echásemos unas risas.

No voy a decir que mi amiga es perfecta, porque no lo es, pero es perfecta para mí. Lo era hace diez días y sigue siéndolo hoy. Me sigue llenando de alegría y me sigue haciendo reír. Sigue teniendo sus peculiaridades, sigue haciendo sus gestos con los manos y diciendo "Bueno, bueno, bueno". Así, tres veces. Porque quizás no esté en el cielo mandándome una nevada en abril o un arco iris a las cinco, cuando los niños salen del cole, pero sí que está cuando hablamos o reímos o la recordamos.

De todas maneras, quizás a partir de ahora hable con las nubes o le sonría a la luna por las noches. Quién sabe si Viki no andará por ahí escondida, haciendo, como siempre, lo que le da la gana, sin preocuparse de que creamos o no en el cielo.

Te quiero, Viki.

Y para recordarla mejor, las palabras de Ruth, que creo que ha clavado lo que sentimos sus amigas del MIP y nos recuerda algunos de los mejores momentos que hemos vivido juntas:

Gràcies per ser sempre a punt per sortides, per dansa del ventre, per bàsquet, per explicar-nos, de tapes per Barcelona, com anava la Lola a l’excursió, per la nit vestida de pallasso al Carnaval, ballant Sopa de Cabra amb els peques.

Ha sigut curt, massa curt i és que encara que t’haguéssim viscut 100 anys, al teu costat hauria sigut massa curt. Però pensem en el sopars al mexicà, al vietnamita, al tailandès, en aquest llibre que ja no podrem canviar, en les excursions a Barcelona sense nens o en una xerrada llarga a casa la Gis parlant de tot i de res.

Sentim la ràbia de no haver fet un sopar de cunyadíssimes, de no veure Disney a través dels teus ulls, de no menjar els brunyols que havies de fer dissabte, de les sevillanes que ja no ballarem, de cada sopar on mai no hauries fallat i de la farra que volíem planificar.

Et recordarem a l’estiu corrent mentre recollies en Jofre a la guarde per anar al Club natació, perduda per l’Empordà (dins d’un cotxe amb GPS) per arribar a Port, quan algú sigui simplement un rot (sabem què vols dir tot i que no tenim altra paraula), o quan aparegui un fardapollas, un ‘catering’ i un ‘pívor’, cada vegada que fem la barreja dels brunyols, quan mengem cus cus, quan pensem que si ‘ser ric, és comprar-se tot el que un vol’ i que és fàcil aprimar-se a base de polvos. Si mai tenim una targeta de pagament fraccionat, et veurem al tren explicant-nos el màxim i el mínim!

Omplies molt i et trobarem a faltar. Pensarem en tu sempre positiva, sempre riallera, sempre amb una mirada crítica i veurem totes les teves virtuts en la Queralt i en Jofre! I pensarem en tota la teva energia. Esperem haver-nos encomanat una mica de tu i haver après a mirar el món a través teu.

Un petó Viki!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Hace un año y medio, cuando me enteré que Guardiola sería el entrenador del Barça, me asusté. Guardiola nunca había sido de mis jugadores favoritos y me daba miedo que le estuvieran escogiendo únicamente por ser catalán y de la casa. Prefería un nombre consolidado, aunque fuera Mourinho.

Pero debo admitir que desde el primer día, Guardiola no sólo me ha demostrado que es un buen entrenador, sino que también me ha maravillado con su filosofía, con la que ha impregnado el vestuario del Barça y por extensión, a los socios y a los seguidores.

Porque lo que más me gusta de este Barça que tenemos ahora no es que sea el mejor equipo del mundo (que también, ¿eh? a nadie le amarga un dulce...), sino que, por una vez, el fútbol está donde tiene que estar, y los jugadores también.

De repente, el fútbol vuelve a ser un juego. Un juego del que disfrutamos, que nos emociona, que nos permite ver jugadas maravillosas, que nos alegra el domingo o el miércoles. Pero un juego. Para Guardiola, ganar o perder no es lo único importante, para Guardiola lo importante es jugar y hacerlo bien. Y el resultado de un partido o de una competición no es el fin del mundo. Es una alegría, es una decepción, pero es el resultado de un juego.

Me emociona más que nada ver que mi equipo se toma las cosas con calma, que se divierte. Me emociona ver que en mi equipo la gente se lleva bien, que se respeta, que se aprecia. Me gusta ver que trabajando, sin hacer ruido ni aspavientos, sin volvernos locos, sin indignarnos, hacemos un buen papel.

Hoy más que nunca me siento orgullosa de mi equipo. Y no únicamente porque seamos los campeones de todo, sino porque me gusta el mensaje que transmitimos y la imagen que exportamos. Me gusta que trabajemos y que nos divirtamos. Y que al final del partido le demos la mano al contrario y nos vayamos a casa con la familia. Porque eso es el fútbol, y nunca debió dejar de serlo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

Van provocando...

Leo con curiosidad y la verdad es que poco estupor este artículo del señor Enrique Lynch. Y digo con poco estupor, porque de lo anodino y repetitivo que resulta, ni me sorprende, ni me escandaliza.

Culpar a las mujeres de la violencia de género es algo que sucede desde hace tantos años que creo que toda la vida lo he oído. Ya lo decía Def con Dos en su gloriosa "Agrupación de mujeres violentas": "Es que vas provocando con esos vaqueros". Y lo remataba Santiago Segura en airbag: "La culpa es de los padres, que las visten como putas". Lo que sea, porque desde que existe el feminismo, los hombres han encontrado un montón de excusas para los comportamientos denigrantes que ya tenían antes.

Así que, afirma Lynch, los hombres son como son porque los han criado mujeres. No tiene nada que ver que quizás hayan visto ese patrón de comportamiento en sus padres, sus maestros, sus amigos, sus jefes, no. Las madres, mientras les amamantamos y les curamos las rodillas peladas les estamos enseñando a despreciar a las mujeres y a maltratarlas.

También carga las tintas contra las cantantes que en sus canciones, ante un desamor se calzan botas altas y salen a la calle a maltratar hombres. Apuntadlo en vuestras agendas, chicas, la manera de mostrar pena y dolor ante una ruptura es quedarse en casa a llorar. Si os ponéis minifalda y salís a bailar para desfogaros, después no es extrañe que vuestras parejas os peguen u os apuñalen. Si es que os lo tenéis merecido.

Y luego está el tema del eslogan. Si es que cómo se nos ocurre pensar en algo como "De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será menos que yo". Aix. Estamos dando a entender que las mujeres tendrán muchos hombres en su vida. ¡HORROR! Qué espanto, qué cosa tan perversa, cómo vamos a sugerir que las mujeres vayan a tener varias parejas sentimentales o sexuales. Las mujeres no pueden. Las mujeres conocen al amor de su vida a los quince años y con él se quedan para siempre aunque las atice, las ridiculice y las haga infelices.

Suerte que hay personas que también pueden concebir que los hombres que tenemos en nuestra vida son también hijos, hermanos, jefes, compañeros, amigos, vecinos...

De hecho, me sorprende que los hombres no se hayan quejado ante este artículo, que los tilda de simples, prehistóricos, integristas y estúpidos, que se dejan llevar por el miedo a que las mujeres recuperen el terreno perdido y se pongan a su misma altura. Según Lynch, son muñecos de trapo que sienten un pánico atroz a las nuevas mujeres que no se dejan avasallar. Hombres que ante la falta de sumisión, se vuelven locos y sueltan puñetazos.

Lo más triste de todo es que las mujeres ahora nos tengamos que poner a la defensiva y tengamos que justificar nuestros comportamientos. Que se apunte Lynch que en el caso del maltrato de género, las mujeres son, prácticamente siempre, las víctimas, y que nada que hayan hecho jamás en su vida justifica que alguien les pegue, las viole o las asesine. Ni siquiera que no hayan llorado ni pedido perdón.

sábado, 21 de noviembre de 2009

El buen padre


Hay un subgénero cinematográfico que odio profundamente, y es el género del buen padre. No sé si llamarle subgénero o sólo irritante corriente de cine familiar, pero lo cierto es que las películas con este esquema se multiplican como molestos mosquitos tigre y me ponen enferma cada vez que aparecen, sea en el cine o en la televisión.

El género del buen padre es fácilmente reconocible porque siempre hay un señor o una señora que tiene hijos. El señor o la señora suelen ser solteros, viudos o divorciados. Algunas veces tienen pareja, pero no es lo habitual. Lo importante es que tienen hijos. La cantidad da igual, lo importante es que siempre son niños estupendos que en algún momento, empiezan a dar señales de estar molestos o distraídos.

Y la culpa la tiene, cómo no, el buen padre o la buena madre. Porque, pobrecillo/a, está confundido. Va de culo, no llega a todo, está irritable, nervioso/a y disperso/a. Y es que el buen padre, horror, trabaja. Y no sólo trabaja, sino que además tiene un trabajo que le encanta, que es de una gran responsabilidad y que le obliga a estar muchas horas fuera de casa, o a dejar a los niños con múltiples niñeras, o con los abuelos, o incluso a llevárselos a la oficina.

La situación es intolerable y estalla, siempre, matemáticamente, con el festival de algún hijo. Da igual que sea el de Acción de Gracias con el hijo vestido de pavo, el de final de curso con esos graciosos sombreritos de egresados, el de música en el que el retoño va a tocar un solo de saxofón o el partido más importante de la temporada. Lo que importa es que siempre coincide con la reunión que puede cambiar la vida laboral del progenitor, haciéndole progresar y ganar más dinero, sí, pero obligándole a pasar todavía más horas fuera de casa y a tener muchas más responsabilidades.

¿Y qué hace el buen padre? ¿Dice quizás: "Lo siento, ese día no me va bien para la reunión, ¿podemos hacerla más temprano/más tarde/el día anterior/al día siguiente"? NO. El buen padre decide que lo más importante de su vida son sus hijos. Renuncia al trabajo de sus sueños aunque eso signifique conducir durante años la quitanieves del barrio hasta que sus hijos cumplan los dieciocho y decidan que prefieren salir con sus amigos que estar en casa con papá/mamá. Sacrifican sus sueños por lo más importante del mundo: la familia.

Plas, plas. Ovación de gala en la sala.

Yo soy madre. Me gusta ser madre. Me gusta disfrutar del tiempo que tengo para estar con mis hijos. A veces me gustaría tener más tiempo para estar con ellos. Pero no soy sólo madre y mi pomelo no es sólo padre. Somos personas con gustos y aficiones, personas con trabajos que nos gustan y nos llenan, personas con sueños, con perspectivas de futuro, con ganas de hacer cosas. Mi maternidad no es lo único que me define, y tengo clarísimo que aunque siempre hay que renunciar a algunas cosas porque no se puede tener todo, hay cosas a las que no quiero renunciar.

Vida laboral y familiar no son conceptos antagónicos e irreconciliables. Aunque nos lo pongan difícil, todos nos levantamos por la mañana, llevamos a los niños al colegio y nos vamos a trabajar. Los que tenemos mucha suerte disfrutamos con nuestro trabajo y esperamos progresar en nuestra carrera. Y no somos monstruos.

Y estos buenos padres de las pelis nos están diciendo que lo dejemos todo de lado y que nos concentremos únicamente en ser progenitores para nuestros deliciosos retoños. Que dejemos de lado nuestra vida, nuestras ilusiones. Qué triste debe ser tener un padre sin ilusiones y sin retos, sin ganas de mejorar, sin perspectivas de futuro. Un padre que es incapaz de decirle a su jefe: "Por favor, ¿podríamos reunirnos mañana? Hoy lo tengo un poco complicado."

jueves, 15 de octubre de 2009

Cosas pomponiles

Conversación de los pompones el día en el que se sientan a ver Star Wars por primera vez en su vida (cosa que me agradecerán de por vida, lo sé).

Se ve en pantalla el logo de la 20th...

Pompón grande (6 años):
-Ah, hacía muchos años que no veía ese 2 y ese 0. Sí, desde que vimos Ice Age 3.

(Atentos a dos detalles. Primero, sabe que Ice Age 3 es de la Fox, y eso sí que es para preocuparse. Segundo, vimos Ice Age 3 a finales de julio.)

Pompona (3 años):
-Sí, hacía muchos años que no veíamos esta película.

Pompón grande:
-Que no, que esta película no la hemos visto nunca.

Pompón pequeño (3 años):
-¡Staaaar Waaaars! ¿Vamos a comer algo? ¿Me das las moras? ¿Todavía no me has traído las moras? ¿Vas a traer las moras? Yo cogeré las moras.

(moras recolectadas en el pueblo este fin de semana)

Después han venido interminables explicaciones. Que quiénes son los buenos, que quiénes son los malos, que por qué los malos se tapan la cara, que cuáles son las naves de los buenos... El pompón grande todavía esta aprendiendo a decir "jedi", es decir "jedai"...

Carta de amor al Festival de Sitges (y a la ciudad)

Hace 12 años pisé por primera vez el cine Retiro para una maratón del Festival de Cine de Sitges. Sin que yo lo supiera iniciaba así una tradición, un rito que se repite todos los años y que me convierte en la persona más feliz del mundo durante los diez días que dura la muestra.

Aquel primer año me perdí los últimos cinco minutos de Gattaca, porque el último tren salía a una hora indecentemente temprana y yo todavía no tenía coche.

Tardaría dos ediciones más a ir a una sesión normal, un día por la noche, en el 99, y a partir de entonces las sesiones, las películas y los cines empezaron a multiplicarse.

El motivo principal por el que me encanta el festival de cine de Sitges es, seguramente, el que hace que los esnobs frunzan la nariz y que los cinéfilos más recalcitrantes se lleven las manos a la cabeza. Y es que a Sitges la gente va a disfrutar. Se lanzan estruendosas ovaciones cuando el bueno le pega un tiro en la frente al malo, cuando una frase del guión es particularmente graciosa o cuando la cantidad de sangre en pantalla aumenta de repente de cero a cien en un segundo. La gente va por la calle hablando de directores coreanos o japoneses, se acaban las entradas para las sesiones de clásicos de la ciencia ficción, se hacen colas imposibles para entrar a la sala a ver una sesión nocturna de películas de serie B.

El día perfecto es el que hace sol y llevas las entradas en el bolsillo. El día que hueles el mar mientras te acercas por la autopista y te pierdes un rato en las hermosas calles de la ciudad mientras haces tiempo para entrar a ver tu peli. El día que te paras en el bar a tomar un café y te lees el periódico del festival. Después vas al Retiro, que para mí es el mejor cine del festival (quizás no por comodidad, pero sí por todo lo demás) y cuando acabas la peli la comentas de camino a la Cantonada, a tomarte un frankfurt servido por Kevin Smith (que este año no estaba...).

No puedo poner en palabras todo lo que le debo al festival en mi formación cinematográfica. Allí vi mi primera película de Johnnie To, que pasó a convertirse directamente en uno de mis directores favoritos. Allí descubrí a Park Chan-woo, vi The Ring y me morí de miedo y descubro todos los años excelentes películas y cinematografías que ni sabía que existían.

Pero cuando le digo a alguien que voy al festival, el ochenta por ciento de las veces me dice: "¿A ti te gusta ese cine?" Y aunque no suelo decirlo, porque soy educada hasta resultar imbécil, pienso siempre "¿qué cine?" A mí me gusta el cine. Todo. En su totalidad. Y el cine es fantasía. ¿A alguien puede no gustarle la fantasía, la imaginación, la creatividad? Porque además de sangre, vísceras y zombies (que me encantan, eso sí), hay un montón de películas llenas de magia, de ternura, de sorpresa. Películas como Mr. Nobody este año, que me encantó (y a toda la sala también) o como "Soy un cyborg" o como muchas otras. Porque el cine fantástico no es sólo gore y cuanto antes lo entendamos, mejor para todos, pero especialmente para las películas.

Ya cuento los días que faltan para el próximo festival de Sitges.

domingo, 21 de junio de 2009

Un hombre bueno

Cuando mi pompón mayor cumplió un año, su padrino, que es uno de los mejores amigos que se pueden tener, le hizo también el mejor regalo que nadie le ha hecho nunca. Supongo que el pompón no estará muy de acuerdo por el momento, pero sé que algún día, no muy lejano, descubrirá que sí, que lo fue en su día y que lo sigue siendo hoy.

Aquel día, 365 días después de que el pompón viera la luz por primera vez, le llegó un correo electrónico en el que la Fundación Vicente Ferrer le daba las gracias por apadrinar a un niño de la India, un niño varios años mayor que el pompón, que vive en una comunidad a muchísimos kilómetros de aquí. Su padrino había decidido que no había mejor regalo que ese.

No era mi primer contacto con la Fundación. En la academia de inglés en la que yo trabajaba habíamos hecho una campaña de captación de alumnos en la que nos comprometíamos a donar un porcentaje de la matrícula a Vicente Ferrer para la creación de una escuela. Y mi amiga Sònia iría meses después a verla y a conocer a Vicente y a su familia. Trajo un montón de fotos y un montón de historias. Y ese viaje la cambió totalmente y le hizo descubrir muchas cosas que tenía dentro y que ahora ha dirigido hacia muchos proyectos de colaboración con la India.

Mi amigo Jordi también colabora con la Fundación regularmente. Uno de sus mejores amigos viajó a la India, vio el trabajo que se hacía allí y volvió también cambiado, convencido e impulsado a dedicar tiempo y ganas a recaudar fondos para ayudar en ese proyecto. Después irían Jordi y varios de sus amigos, y todos volverían dispuestos a hacer lo que hiciera falta. He perdido la cuenta de toda la ayuda que han enviado.

Yo no conocí a Vicente. Cuando fuimos a la India no llegamos hasta la zona en la que él estaba. Viajamos por el norte y vimos un montón de cosas, pero no llegamos hasta Anantapur. No puedo hacer mío el dolor y el sentimiento de toda la gente que le conoció, de toda la gente a la que le cambió totalmente la vida, de toda la gente a la que inspiró y ayudó. Pero sí puedo sentir la muerte de un hombre bueno, de un hombre entregado, optimista y luchador, de un hombre orgulloso de su humanidad. Puedo admirar su trabajo incansable, su batalla constante. Puedo lamentar su falta y sentir que todo homenaje llega tarde.

Y también puedo admirar su trabajo y mirar con optimismo todo lo que ha conseguido. Leía hoy en el periódico que Vicente había demostrado que vencer el hambre es posible, y que no hace falta un desembolso importante. Sólo hace falta trabajar y quitarnos de encima la caridad. Y eso me hace sentir optimista. Supongo que dentro de unos días, mucha gente habrá olvidado que Vicente ha muerto, o lo habrá procesado como procesamos todo lo que ocurre a diario, incapaces de asimilar tantísima información. Pero quizás haya alguien, haya una Sònia, un padrino, un Jordi, haya unas cuantas personas que debido a este triste momento descubran un punto de inflexión en su vida, descubran el trabajo de un hombre y eso les inspire a continuar con su obra en la medida de sus posibilidades. Y yo creo que eso, a Vicente le encantaría.